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La reconversión del carbón, la de aquí, se hizo con los ojos cerrados y la cartera ligera, bien abierta. No hubo planificación, ni acuerdo, tampoco hubo una hoja de ruta cierta y menos un criterio real que permitiera lo que se pretendía: recuperar las comarcas ... mineras de la pérdida de un rico elemento común y ver su renacer con el apoyo de la inversión pública.
Los planes del carbón han consumido 25.000 millones de euros de fondos públicos desde el año 1990. Demasiados millones de euros como para poder entender hoy que nada de aquellas inversiones tuviera una utilidad real. Ni un euro supuso prosperidad o futuro para aquellas zonas en las que escarbar la tierra como un topo era síntoma de riqueza.
En realidad aquel dinero caído del cielo con tanta facilidad se gastó con una displicencia tal que no parecía que hubiera fin. No había fin, y no había control. Gastar por gastar sin pensar jamás que tantos millones de euros aportados por los trabajadores de toda Europa deberían contribuir a generar riqueza y empleo. Riqueza y empleo, no polideportivos, parques para mayores, carreteras a ninguna parte o polígonos industriales en escenarios imposibles. Hubo fondos que se concedieron a las comarcas mineras y se gastaron a la otra punta de la comunidad.
El carbón ha muerto entre sonrisas, y es lo peor que puede ocurrir en un funeral, todos aplaudiendo al muerto por la herencia que deja y sin preocuparse de más que hacer un festín con la herencia.
El fin se presumía largo en el tiempo. Y fue otro error. Una mañana bañada por la escarcha se inoculó el 'virus verde' deprisa y corriendo. Nunca hubo serenidad a la hora de plantear la reconversión minera y se perdió por completo en el momento de poner el fin al sector. Simplemente una jornada, al amanecer, se acabó todo, se cerró el grifo.
Cuesta entender tanta precipitación, tanto apremio, a la hora de poner fin a un sector que en sus mejores momentos llegó a generar más de 20.000 empleos en la zona. ¿Qué razones hubo para cerrar el candado deprisa y corriendo poniendo en riesgo las ayudas europeas previstas para ese doloroso ajuste final? A fecha de hoy nadie conoce con certeza la respuesta y la motivación, más allá de un interés seguramente necesario por encauzar la 'senda verde' más pronto que tarde.
Sin embargo la prisa por ahorcar el carbón supuso el segundo gran error que ha tenido que vivir el mineral en España. Mientras aquí el gobierno apretaba el botón de la desconexión en Alemania, un país notablemente más activo industrialmente y experto en encauzar el futuro económico, se aprobaba que el lignito seguirá presente 18 años más en el mix energético.
¿El motivo? Hacer todo lo que no se ha hecho en España. Aquí todo deprisa y sin cabeza, allí el gobierno federal acordando un amplio margen para el apagado de las centrales eléctricas de carbón que terminará en 2038 pero arropado por más de 880 millones de euros en ayudas.
Tan apresurada fue la elección nacional que Bruselas relegó a España al octavo país en el reparto de la transición justa, con apenas 307 millones de euros. Es la consecuencia de los errores políticos.
Hoy León, tierra minera, pide al Gobierno que aproveche ese último impulso, esa propina, para intentar revertir errores pasados, que se medite la inversión, que se premie el talento, que se empleen los recursos en el bien común y en la actividad económica.
Y más que una petición es un ruego próximo al último aliento.
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