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Me llegan casi a la vez, por distintas vías, dos libros que tienen como protagonista la voz, las voces, la manera de hablar de la gente, en definitiva, los tesoros de la lengua, de los lenguajes peculiares que trataron con su característica maestría primero Covarrubias ... en su diccionario y luego Miguel Delibes, tan creativamente, en 'Castilla habla'. Lenguajes que subsisten alejados del estándar que imponen los medios de comunicación.
Uno de los libros se titula 'Diccionario de Valtiendas y del Duratón'. Quinientas páginas de verbosidad caudalosa. Su autor, Mariano Fuente Blanco, natural del pueblo, hace un recorrido minucioso por las palabras peculiares: arambeles, mostela, murcio, titirivaina, turruntera, zalagarda…, también por las frases que usan como comodines, a modo de refranes, también los disparates y las cancioncillas infantiles. En todo caso, uno se asombra por el caudal de palabras, dichos y refranes que manejaban las generaciones anteriores a la llegada de la tele. Ahora el mundo se ha vuelto romo. Y la naturaleza, con su flora, con su fauna, nos resulta más extraña.
El otro libro se titula precisamente 'Cuaderno de las últimas voces', escrito por José Luis Gutiérrez, un narrador oral que ha entrado en todas las cocinas de Aliste y Sanabria para hablar con los viejos. Sobre todo con las viejas. Este libro, acompañado con magníficas ilustraciones de Leticia Ruyfernández, en papel y edición de un lujo que no conocieron los informantes, recoge historias de vida resumidas en tres o cuatro folios. El epílogo lo firma Julio Llamazares. Lo que Guti cuenta sobre los escenarios suele ser una síntesis de las historias que le han contado. También una síntesis de esa lengua con la que está tan familiarizado, entre castellano arcaico y gallego. En las últimas contadas, apenas se detiene en los cuentos o en los romances, siempre originalísimos, que interpreta con los dengues de las viejas a las que entrevista en las cocinas; lo que hace Guti es centrar sus contadas en las historias de vida de esta gente que nació en una tierra hermosa, pobre y lejana.
Ahora sabemos de dónde procede el manantial, las voces arrugadas que le cuentan historias desgarradoras con absoluta naturalidad. Niños entregados con diez años como criados para todo a cambio de la comida. Con ello, dicen, mi padre, se quitaba una boca de encima. Niñas que, con nueve años, dejaban de asistir a la escuela para cuidar de la prole de la casa. ¡Cuántos agobios hemos pasado! Gente dura que podía perderlo todo, pero que no perdieron ni su lengua ni sus canciones, ese reducto donde desembocan las emociones familiares que relatan en estas historias desgarradoras.
Pienso en Delibes, tan amante de las palabras ancestrales. Quiero pensar cuánto habría disfrutado el maestro buceando en estas dos joyas.
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