La historia se repite con frecuencia en los mismos escenarios y al mismo ritmo cíclico, unas veces tragedia y otras farsa, y se burla de los poderosos con increíbles paradojas, advierte Carlos Marx en su diagnóstico del proceso espiral de los hechos que marcan el ... devenir de los pueblos. Tan enredada advertencia encuentra su certificado, quizás casual y por puro azar, en el almanaque de las efemérides: hace treinta años, el siete de diciembre de 1991, los presidentes de las tres grandes repúblicas de la Unión Soviética firmaron un documento constatando que «la URSS ha cesado de existir, en tanto que sujeto de derecho internacional y realidad geopolítica».
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El presidente de Rusia, Boris Eltsine, el ucraniano Leonid Kravtchouk y el bielorruso Stanislav Chouchkievitch dinamitaron el imperio soviético con ese pacto. Los tres líderes comunistas se encontraron en el pabellón noble del bosque de Belavezha, en Bielorrusia, cerca de la frontera con Polonia. Después de una partida de caza durante aquella mañana gélida, se calentaron ellos «con varias copas de vodka y una comida sustanciosa», según confidencia de testigos, y firmaron luego aquel acuerdo que certificó la desmembración del imperio soviético. Afirma ahora el presidente ruso Vladimir Putin, que aquel documento trajo a Rusia «la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX».
Desde la sombra del KGB, él desempeñaba por entonces el cargo de consejero político del alcalde de San Petersburgo. El presidente de la URSS Mihaíl Gorbachov comunicó al mundo el final de la Unión Soviética, cuyo entierro legal se celebró en Moscú tres semanas más tarde, cuando los representantes de todas las repúblicas soviéticas, excepto la de Georgia y las bálticas, firmaron el Protocolo de Almá-Atá. Así se confirmó el desmembramiento y extinción de la Unión Soviética y la instauración en su lugar de una Comunidad de Estados Independientes.
Las tres pequeñas banderas sobre la mesa blanca del acuerdo de Belavezha contrastan con el tamaño amenazante de las dos que flanqueaban el pasado martes al solitario presidente de la Federación de Rusia Vladimir Putin, en su encuentro telemático con el presidente de los Estados Unidos Joe Biden, rodeado éste de sus asesores. ¿Extraña coincidencia de efeméride? Treinta años más tarde, resuenan los temores otra vez entre las dos grandes potencias mundiales. En su obsesión de mantener a Rusia como adversario siempre amenazante y al acecho, Putin nunca ha aceptado la catástrofe final de la URSS ni la independencia de Ucrania.
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El valor estratégico de esa república, último bastión de la gran Rusia que frena la ambición de Putin, despierta otra vez el recelo y la codicia del presidente ruso, como demuestra con sus movimientos en su ajedrez bélico. El aniversario del hundimiento de la Unión Soviética y esa conversación telemática entre los dos presidentes ha sido como un respiro en el permanente conflicto entre las dos superpotencias, que mantienen activo su estado de alarma: Ucrania marca la línea roja de la seguridad estratégica que no se consentirá jamás cruzar al adversario. Y sin embargo, los informes bélicos apuntan día tras día un aumento de la amenaza mutua en ese frente difuso: casi doscientos mil soldados rusos han sido desplegados a lo largo de la frontera de Rusia con Ucrania, frente a la colaboración creciente de la OTAN en el entrenamiento del ejército ucraniano.
La entrevista de Putin y Biden puso de manifiesto la mutua voluntad de regresar a la prioridad de la diplomacia poniendo en marcha una nueva estrategia de guerra fría, a pesar de la movilización militar de ambas partes. «No hemos escuchado ninguna acusación contra nosotros», apuntan los asesores de la Casa Blanca. «Durante su conversación sincera, los dos presidentes han tenido tiempo para la ironía y los cumplidos», alardean los consejeros del Kremlin. A pesar de la relevante movilización del ejército ruso a las puertas de Ucrania y la instalación allí de misiles de la OTAN, a unos veinte kilómetros de esa frontera caliente, Estados Unidos mantiene su reticencia ante un posible choque armado, aunque no niega esa posibilidad. La discrepancia con Vladimir Putin, empeñado en recobrar la alianza histórica y 'santa hermandad' de Rusia y Ucrania, se rompió hace siete años cuando se alzaron con el poder en unas complicadas elecciones los partidos independentistas ucranianos.
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Ucrania se ha convertido ahora en el mejor argumento de las ambiciones de Putin para resucitar el estatus histórico de Rusia como líder indiscutible del fenecido bloque soviético y superpotencia mundial. Desde hace meses, el presidente ruso viene multiplicando las advertencias y amenazas contra ese país donde germinó hace doce siglos el Rus de Kiev, primer imperio ruso-ucraniano. Los dirigentes de Kiev y sus ansias independentistas jugaron un papel crucial en la quiebra definitiva de la Unión Soviética. Siguiendo su política de salir de todas las guerras sin causa para Estados Unidos, Joe Biden optó en su ofensiva frente a Putin por una fórmula diplomática de realismo práctico: Estados Unidos acuerda con sus aliados europeos «fuertes sanciones económicas» para aplicar en el caso de que Moscú aumente su presión sobre Ucrania, una 'guerra fría económica'. La Unión Europea también ha advertido a Moscú de que cualquier agresión a Ucrania provocará duras represalias comerciales, arma silenciosa que podría dañar gravemente a la economía rusa. Las fuerzas militares enviadas por el Kremlin se acumulan desde hace meses en la frontera ucraniana y la tensión sigue aumentando allí. El sendero del la paz siempre es estrecho.
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