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La Agencia Europea del Medicamento (EMA) ha vuelto a pronunciarse, como Riego el 1 de enero de 1820, sobre la vacuna de AstraZeneca –rebautizada como Vaxzevria–. Ha dicho que «existe un posible vínculo» entre las personas a las que se les ha inyectado el suero ... susodicho y los casos «raros» de coágulos sanguíneos entre sus posibles efectos secundarios. El naufragio de la vigilancia institucional de los estados es el de un tiempo también y el de unas vidas: hasta anteayer, la vacuna de la multinacional de Cambridge, que cotiza en las bolsas de Londres y Nueva York, era «efectiva y segura». Hoy, la comisaria europea de Salud, Stella Kyriades, ya no sabe qué decir de los anglosuecos, cuyo antídoto exige ahora «una mayor investigación» porque, sorpresa, hay un vínculo entre vacuna y coágulo, igual que entre el cuñadismo y el suegrismo o entre el moroso y el cobrador del frac.
El jefe de estrategias de vacunas de EMA, Marco Cavaleri, ha dicho que desconocen la razón de estos episodios de tromboembolismo tras recibir la dosis. Según el fabricante que se defienda, ya hay batallas dialécticas entre astrazenecófilos, pfizerófilos y modernófilos en bares y tabernas, terrazas y apeaderos. De manera que la raza humana se desnuda el brazo en la alcoba convaleciente y lo expone al picotazo del practicante con miedo y curiosidad, hastío o valentía, según.
De la pandemia, pues, hemos pasado al coágulo y mejor no pensar qué vendrá después; pero, al menos, con la trombosis de las inyecciones y sus efectos dependiendo de las plaquetas que uno tenga en la sangre, nos hemos olvidado un rato, hasta pentecostés, de la derechona y del bolchevismo. Y hasta de la crispación social que, como todo el mundo sabe, no es otra cosa que puro coágulo, cecina sólida y morcilla rezumante de nuestros pecados coronavíricos. Amén.
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