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La irresponsabilidad se apuntó muchos éxitos a lo largo del año y medio que llevamos de pandemia. Pero el triunfo absoluto no lo consiguió hasta este último fin de semana. Muchas decenas de miles de enfermos potenciales de la covid-19 celebraron los últimos minutos ... del toque de alarma, que les estaba protegiendo, como si se tratase del final de una amenaza que, desgraciadamente, todavía sigue causando centenares de contagios y decenas de muertes.
Las imágenes de los más que excesos de las masas en diferentes ciudades resultan estremecedoras. Nadie que no haya participado puede explicarse tanta inconsciencia colectiva. Seguramente muchos lo pasaron muy bien abrazándose, besándose sin mascarilla, bebiendo a morro, cantando, saltando y bailando hasta bien entrada la madrugada y sin el menor respeto al descanso de los vecinos que tenían la mala suerte de vivir en las calles y plazas donde se celebraban tan ruidosos festejos.
No hay que desear mal a nadie y menos que se contagie con un virus mortal, aunque lo haya buscado. Confiemos en el milagro de que todo termine sin víctimas que seguir sumando a los contagiados que todavía ocupan las UCI y camas de hospital luchando por recuperar la salud. Muchos expertos temen que estas cifras aumenten cuando transcurran unos días. Lo ocurrido ha sido, si, una exhibición de irresponsabilidad colectiva ante el peligro de la propia supervivencia y la de otras personas que hayan sido contagiadas.
Claro que la irresponsabilidad de lo ocurrido no es sólo de los que sin premeditar las consecuencias salieron a las calles a desafiar el peligro. Otra buena parte les corresponde a las autoridades, nacionales y autonómicas, que no fueron conscientes de lo que iba a ocurrir ni capaces de adoptar medidas claras para evitarlo primero e impedirlo después. Esta irresponsabilidad es la consecuencia de meses de contradicciones oficiales y de ausencia de sentido de unidad de criterios para evitar y paliar los efectos del final de la alarma.
La falta de unas medidas que el Gobierno no se preocupó demasiado en arbitrar y de unas administraciones autonómicas que sólo acertaron a contradecirse, ha sido lamentable. Cargar con la responsabilidad de los jueces decisiones que corresponden al Ejecutivo, propició contradicciones jurídicas susceptibles de olvidar el miedo que la enfermedad sigue inspirando. La reacción oficial y colectiva que despiertan las imágenes del jolgorio se agrava cuando llega el parte de contagiados, cerca de catorce mil entre el sábado y el domingo, cuando todavía las fiestas y botellones del fin de semana no se habían desbocado.
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