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El sábado culminó una semana de récords indeseados, como el desplome de la bolsa, y se convirtió en el día más triste de nuestra memoria colectiva: ni el 23-F dejó en la sociedad española un impacto semejante al que se fue generando a lo ... largo de una jornada en la que sentíamos aumentar la amenaza de un peligro mortal hasta terminar con la sensación de depresión que produjo ir sabiendo que, en la política española, no existía sentimiento pleno de solidaridad y comprensión al enfrentar a un enemigo común y ajeno a todas nuestras diferencias. Lo salvó en parte el homenaje rendido desde las ventanas a los trabajadores de la sanidad.
El Consejo de Ministros, celebrado en la Moncloa y no por videoconferencia, como parecía más conveniente, empezó con el pésimo ejemplo de un vicepresidente –Pablo Iglesias– que había pospuesto el cumplimiento de la justificada cuarentena que debía guardar para asistir a la reunión, poniendo en riesgo la salud de todos los miembros del Gobierno, para no perderse la oportunidad de lucirse discrepando y de brindarle a su «parroquia» una muestra de heroicidad en la defensa de algunos criterios demagógicos sobre las medidas que se imponía decretar.
Mientras el grueso de la sociedad renunciaba al disfrute de una jornada primaveral recluida en sus hogares y el resto con responsabilidad profesional la sacrificaba sin quejarse ante los variados trastornos que la defensa de la salud de todos le imponían, tres presidentes autonómicos, encabezados por el inefable y tosco Torra, desanimaban a los convecinos dando la nota de la desunión y aprovechaban la oportunidad para hacerse obstaculizar y perturbar las recomendaciones, ajustadas a las leyes, reclamando con argumentos jurídicos y políticos triviales que ellos son diferentes tal y como si el Covid-19 amenazase de manera discriminada al RH distinto y privilegiado de sus gobernados.
Menos mal que algunos partidos y el grueso de los gobiernos autonómicos se sumaron a la sensatez colectiva que las circunstancias imponen. Habrá que ver, es de esperar que sí, si las medidas adoptadas nos salvan de la amenaza. En ese empeño tendremos que volcarnos todos, tiempo habrá para discutir después si fueron adecuadas, y poner fin a esa propensión de unos pocos que por fanatismo infantil o interés personal seguirán poniéndoles palos en las ruedas al proceso emprendido. Esta es la primera vez que los españoles actuales sufrimos una amenaza que pondrá a prueba nuestra capacidad para vencer una amenaza que, además de atentar contra nuestras vidas, también pasará factura ética y social a quienes no lo han entendido así.
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