Hubo un tiempo en que las fuerzas vivas de cualquier pueblo eran el comandante del puesto de la Guardia Civil, el maestro, el cura y el médico.En torno a ellas los ciudadanos se sentían protegidos por los picoletos, confortados por el páter, educados ... por el profe y atendidos por el galeno. En algunos núcleos incluso había cantina y tienda de ultramarinos, pero eso ya eran abundancias propias de cabezas de partido. Si mal no recuerdo, los primeros en salir de la villa fueron los del tricornio, seguidos muy de cerca por el maestro, y más tarde el señor cura que, con suerte, volvía de vez en cuando a decir misa. El éxodo dejó solos ante el peligro a los médicos rurales, pero el goteo de cierre de consultorios ha colocado al borde de la extinción a muchos de nuestros pueblos, incapaces de frenar el crecimiento negativo, que se produce cuando nacen pocos y mueren muchos.

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Si hacemos caso a lo que pregonan casi todos los partidos políticos, la última trinchera defensiva de la existencia de núcleos pequeños son los consultorios médicos, que los recortes y la gestión han cerrado a cal y canto. El coronavirus ha demostrado que la Sanidad Pública es vital para luchar contra las enfermedades y la muerte, pero tan importante es la que se practica en los grandes hospitales como la del querido médico rural, que con mucha sabiduría combate la despoblación cuidando la salud de sus parroquianos.

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