Cuando ojeo las estadísticas de los estragos ocasionados por la sexta ola de la pandemia pienso que hemos avanzado una barbaridad en el dominio de un mal que parecía dispuesto a acabar con cualquier signo de vida sobre la tierra. Y aunque los datos siguen ... teniendo tres columnas, contagiados, ingresados en ucis y fallecidos, conviene decirlo alto y claro: todas disminuyen, los síntomas son mucho más leves, los hospitales están lejos de la saturación de 2020 y los sanitarios no han vuelto a hacer triajes, decisión que consiste en dejar morir a un infectado para salvar a otro. Las cifras que conocemos a diario son inquietantes, y aunque estamos bastante lejos de aquella covid la situación exige prudencia porque la ciencia no puede darnos mucho más. Gracias a las vacunas y a la labor de los profesionales, los días actuales tienen más luz aunque llueva, las infecciones no son tan graves y el número de muertos es menor. Y todo ello a pesar de que hemos relajado las costumbres que nos impusieron y salimos de casa y volvemos cuando nos apetece, llenamos locales de ocio y no nos sobresaltan las sirenas de las ambulancias.
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La covid sigue siendo un molesto compañero que se puede colar por cualquier rincón, pero ha perdido bravura. No hay que confiarse, aunque tampoco confinarse en el hogar porque no hace falta ser muy listo para intuir que vamos a seguir viviendo con él durante una temporadita.
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