Tren de dimisiones en la Renfe. Resulta que el fabricante de trenes informó en 2021 de que el contrato no especificaba las medidas de los vagones y no le hicieron en caso, que es lo que suele ocurrir en la Administración, donde se olvidaron de ... las estrecheces orográficas de cántabros y los astures: gentes recias que fueron ganando terreno al moro desde la montaña en tiempos de los reyes Alfonso I y su vástago Alfonso II, y que miraban bien el diseño de los proyectos antes de ejecutarlos. A los foramontanos no se les atascaban los carros con el Lignum Crucis por un túnel, camino de Santo Toribio de Líebana. Ahora, un funcionario o proveedor solo tiene darle a la tecla y, aún así, mete la pata. Aunque se trate de un préstamo de la UE por valor de 150 millones de euros, porque «nosotros administramos el dinero público y el dinero público no es de nadie», que dijo antaño la vicepresidenta.

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El Ministerio de Transportes ha proclamado el café para todos en el Cercanías de las dos regiones, que digo yo que para tamaño ridículo que han hecho ya podía haber extendido la gratuidad a todo el país. Fabricar convoyes que no entran por un pasaje con la callada institucional, con la cordillera cantábrica horadada como un queso de gruyer desde hace dos centurias, es como para hacérselo mirar.

Lo de medir el ancho métrico es de primero de columpios. Pero la ministra de Transportes permanece agarrada al sillón como una lapa mientras le dimite en bloque el equipo y en la Agencia Estatal de Seguridad Ferroviaria siguen jugando a la brisca con nuestros impuestos. Hasta un niño en España sabe que «todos los vagones apretados van, llevan pasajeros hasta la ciudad, es un trenecito viejo de vapor, el que va delante es el conductor», que cantaba Ana Belén. En juguetes Ibertren los hacían mejor.

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