Una pasajera sube a un autobús en Cartagena . José Villalgordo / AGM

El tren de la vida

El lucernario ·

Las estaciones de transporte de viajeros constituyen espacios propicios para practicar el ¡Sálvese quién pueda!

Laura Ríos

Valladolid

Lunes, 19 de septiembre 2022, 00:02

La filantropía no está de moda y aún menos en un mundo acelerado en constante búsqueda de la satisfacción propia. Somos individuales, pero no todos somos individualistas. Esta última práctica es, sin dudarlo, fuente de desilusiones y decepciones, de modo que cuando se produce un ... acto desinteresado se convierte en un bálsamo que calma al ser más descreído.

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Las estaciones de transporte de viajeros constituyen espacios propicios para practicar el ¡Sálvese quién pueda! La hermandad no tiene hueco, ni asoma por las ventanillas donde se dispensan los billetes. Es todo frío e impersonal pese a ser escenarios de cálidos reencuentros, nostálgicas despedidas o plataformas para regresar al hogar. Es parte del ir y venir de viajeros. Nadie quiere perder el tren, pero tampoco el tiempo.

Macarena y Sónnica están apunto de atravesar el arco de seguridad. En Madrid les esperan sus hijos. Hay ganas. Es viernes y son más de las dos de la tarde. Parece una broma, pero alguien les pide que retrasen el viaje, que cedan sus asientos porque puede perder cuatro vuelos. Aceptan sin dudarlo y aplazan sus planes. Representan la generosidad de la que adolece el servicio público.

El tren de la vida no se detiene, pero en ocasiones hace parada en la estación de la suerte o de la casualidad. Allí, entre la masa impersonal, dos desconocidas dan sin esperar y a cambio reciben la espera en una estación del Norte. Es la bondad que no admite retrasos ni cancelaciones.

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