En el mismo año en el que se patentaba la máquina de escribir o que en España se desata la sublevación en Cádiz contra la monarquía de Isabel II, en León se vivía la 'gran revolución': el tren, que había alcanzado el centro de la ... ciudad, al fin se abría camino hacia el norte a través del alfoz de la ciudad. Aquel avance suponía un paso al frente en busca de prosperidad y el desarrollo económico, y el logro alcanzaba cotas que por entonces no se podían imaginar.
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León y su alfoz eran por aquellos años un pañuelo envuelto por el polvo que se levantaba al paso de los animales y los carruajes, un paisaje de barro en invierno y fina arenilla en las largas jornadas de calor, todo salpicado por quienes desde la pobreza aspiraban a conseguir un poco de aquí y otro poco de allá para subsistir. Era 1868 y entonces el hierro y la madera, juntos, marcaban el camino para poder pensar que algún día llegaría un futuro mejor y cargado de prosperidad, empujado por el humo de una máquina de vapor.
Fue un error, o no fue un acierto, ese pensamiento. Aquel León del pasado sigue siendo el mismo hoy. San Andrés del Rabanedo, el municipio por el que atravesaban aquellos trenes, se encuentra tal cual se podía ver en ese año. Tal cual no, peor. Ha cambiado todo, los trenes, las catenarias... Todo... Pero las vías, eso sí, siguen siendo en su trazado las mismas.
El ferrocarril, que entonces abría camino, se ha convertido ahora en una brecha insalvable, un surco que divide, maltrata, aísla y condena a los vecinos de la zona. Entonces eran menos de 9.000 los habitantes en esa parte de la ciudad y del alfoz. Hoy se han multiplicado por cuatro.
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Nadie ha querido poner solución a una situación insostenible en el tiempo, peleada con el futuro, ilógica e inmerecida. El 'cataclá' de los vagones, que antes anunciaba futuro, hoy recuerda en esa zona lo que es un elemento distorsionador, desintegrador, fallido.
Todo lo que sucede en la integración ferroviaria en León y su alfoz es un fiasco de dimensiones siderales. Hay ejemplos que lo evidencian de una forma de lo más evidente. En San Andrés del Rabanedo se levanta el Centro Discapacidad y Dependencia en el que se recuperan aquellas personas que sufren diferentes tipos de paraplejía. Es un centro de referencia nacional, por cierto. Para salvar el tren, ese tren que por ausencia de integración parte en dos a León, las administraciones y Adif idearon –y solo es un ejemplo– un ascensor urbano. Metal y vidrio para levantar un elemento de apariencia modernista que sirviera para evitar unas vías que ya no deberían estar.
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El ascensor hoy suma tres años sin funcionar, tres años en los que sus usuarios recorren kilómetros con sus sillas de ruedas para salvar el paso de los viales. En realidad, todo es una gran mentira porque ni siquiera cuando el ascensor se elevaba no todas las sillas podían entrar por sus puertas.
Todo es así en la 'desintegración' ferroviaria de León y San Andrés, todo es chapucero, irónico, surrealista, desastroso. Ha pasado siglo y medio y León sigue viviendo en el pasado. Casos como el descrito lo demuestran. Y no es una exageración. Ese tramo urbano del ferrocarril debería ser objeto de visitas guiadas: hay un puente por el que el tren no puede pasar, hay pasos elevados que entierran a los primeros pisos de los inmuebles, hay viales que no se pueden abrir porque carecen de licencia, hay pasarelas que no se pueden inaugurar. Pero lo que hay, es un churro de tal calibre que avergüenza a cualquier administración.
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Y así estamos... en 1868.
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