Sin tregua ni cuartel
La cantina del calvo ·
«Siempre he creído que existen dos tipos de historia independientemente del formato que la soporte: las que conectan con el espectador, lector u oyente y las que no»Secciones
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La cantina del calvo ·
«Siempre he creído que existen dos tipos de historia independientemente del formato que la soporte: las que conectan con el espectador, lector u oyente y las que no»Son más bien pocas las películas ambientadas durante a Primera Guerra Mundial; muy pocas si se comparan estas con las que se enmarcan en la Segunda. Tirando de memoria recuerdo dos que me gustaron particularmente: 'Passchendaele' (2008) y 'Gallipolli' (1981), títulos ambos que rememoran dos ... sangrientas batallas que tuvieron lugar durante la Gran Guerra y que, por muy extraño que pueda parecer, ninguna luce factura norteamericana, siendo la primera canadiense y la segunda australiana, protagonizada por un joven Mel Gibson. Hay más, por supuesto, entre las que habría que citar 'Sin novedad en el frente' (1930), 'Adiós a las armas' (1932), 'Senderos de gloria' (1957) o 'Laurence de Arabia' (1962) historias en las que, con mejor o peor suerte, se retratan las miserias consustanciales a los conflictos bélicos. Más reciente nos encontramos con la indigesta por ñoña y edulcorada 'Caballo de batalla' (2011), superproducción ominosa dirigida por Steven Spielberg que terminó cosechando muchos más fracasos que éxitos. Desde entonces, hasta donde llega mi conocimiento y salvando el documental 'Ellos nunca llegarán a viejos', filmado por Peter Jackson en el 2018, no se había estrenado nada más relacionado con el asunto, a pesar de que se cumplen cien años del inicio de un conflicto bélico que involucró a setenta países, ocasionó casi treinta millones de muertos entre combatientes y civiles, y cuyo cierre diplomático propició la Segunda Guerra Mundial.
Hasta la aparición de 1917 a principios del 2020. La cinta de Sam Mendes es una delicia. No en vano ya ha sido galardonada con el Globo de Oro a la mejor película y mejor director, y cuenta con diez nominaciones a los Óscar. Sin considerarme un experto en el séptimo arte, diría que el éxito de la película no reside en lo que cuenta sino en cómo lo cuenta. Siempre he creído y defendido que existen dos tipos de historia independientemente del formato que la soporte –audiovisual, escrita u oral–: las que conectan con el espectador, lector u oyente y las que no. Y ello depende de la relación empática que se establece entre los que la protagonizan y los que la viven a través de sus ojos. Esto es lo que explica que una misma historia contada un millón de veces nos parezca diferente, que es, precisamente, lo que ocurre con 1917.
El guión narra las desventuras de dos soldados británicos a quienes se les encomienda una misión suicida que requiere cruzar las líneas enemigas y enfrentarse a epopéyicos peligros que sin duda harían salivar a Homero. Hasta aquí, nada nuevo. Lo sorprendente y novedoso radica en cómo está rodada. En un falso plano secuencia –en realidad son tomas largas magistralmente fusionadas–, la cámara sigue a los protagonistas durante las dos horas que dura el metraje, involucrando de manera irremediable al espectador en el devenir de dos desconocidos. De este modo consigue que vistamos sus uniformes, carguemos con sus pesados equipos y experimentemos los horrores de la guerra en primera persona, viviendo intensas emociones de principio a fin.
Sin tregua ni cuartel. Es conveniente no tardar demasiado en acudir al cine a ver este tipo de películas, porque, cuando todo el mundo hable de ella parecerá que se refieren a una de esas cintas rodadas en blanco y negro que citaba al principio, cintas que cuentan historias bélicas, sin más.
Ni menos.
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