Entra con énfasis febrero en nuestras vidas y se instalan en el corazón los versos del poeta: «Consuélate, Caín, febrero es corto. / Ya no puede tardar la primavera». Seguir, ¿pero hacia dónde? Los signos son confusos. Media España se afana en decir que, pese a ... los augures, 2023 va a ser un año bueno. La otra mitad tira de las cifras, empezando por las más recientes, las del paro o las de la última subida de las hipotecas, y piensa exactamente lo contrario. Tal vez la proximidad, a veces uno piensa que la inminencia, de las elecciones lo trastoca todo.

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Por ejemplo, el teatrillo político. O de cómo los amigos para siempre se emplean en escenificar sus diferencias, para ver si pueden llevarse del hoy socio, mañana contrario, algún rédito posible cara a las urnas. No son solo las decenas de miles de ciudadanos que buscan colocación en la lista municipal de su ciudad o de su pueblo. También aquellos otros que se posicionan, más allá de la cita municipal, mirando nuevos escenarios para el futuro gobierno del país. Juntos pero separados, PP y Vox en Castilla y León. Separados pero juntos, Podemos y el PSOE en Madrid. Definitivamente separados de Junts, aunque siempre menos de lo que parece, los malabaristas de Esquerra Republicana, que venden como un nuevo triunfo del separatismo (igual lo es) su último embobamiento a los socialistas de Illa. El divertimento, en todo caso, de comprobar de qué manera a los que en otro tiempo fueron la todopoderosa Convergencia i Unió no les va quedando otra alternativa que adivinar de qué manera, si esposado o frente a las cámaras de televisión, se entregará el prófugo Puigdemont este año a la justicia española.

Disputas de Pimpinela, matrimonios morganáticos, extraños compañeros de viaje… Los signos, en efecto, son confusos. Y a esclarecer el panorama poco ayudan las maniobras de distracción internacionales. Excepto que sacrificar los sueños de millones de europeos no ha servido (ni va a servir) para detener la inflación en Europa, es difícil saber para qué otra cosa va a ser útil este encadenamiento sucesivo, un mes detrás de otro, de la subida de los tipos de interés. Ni siquiera los bancos se han atrevido a flamear del todo la bandera de sus beneficios, temerosos de que los requise la autoridad gubernativa.

Tampoco ha logrado descifrar nadie, a día de hoy y tras la cumbre hispano marroquí, el enigma de para qué ha servido ni ha dejado de servir la traición al antiguo Sáhara español sin garantizar siquiera una alusión a Ceuta y a Melilla. La entrevista en televisión, nada más llegar de Rabat, al ministro de Asuntos Exteriores, servirá sin duda como ejemplo a los estudiantes de periodismo de cómo es posible obtener cero respuestas concretas a decenas de preguntas muy concretas de los periodistas. Y a los estudiantes de políticas también les será útil para llegar a entender de qué manera el modelo Sánchez puede llegar no solo a asimilarse, sino incluso a sublimarse, entre sus colaboradores más cercanos. De aquel ladran luego cabalgamos de Maquiavelo a la actual asunción de la Teodicea de Leibniz: todo va de la mejor manera en el mejor de los mundos posibles.

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Hay cosas que se entienden menos, me dirá usted, como la propuesta de Ramón Tamames para liderar la moción de censura de Vox. Es verdad. Pero si alguno tiene el capricho de investigar en qué grado de confusión ha conseguido sumir Sánchez a los viejos socialistas y comunistas que se dejaron las pestañas para que él pudiera llegar a gobernar un país como España, se llevaría muchas sorpresas. Miro otra vez la entrevista de Albares por televisión y lo confirmo: no es un robot (o sí), pero desde luego es transhumano. Como usted o como yo, por otra parte.

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