La transicion, cuestionada
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«El modelo ha sido analizado con atención por otras naciones que se vieron en tránsitos políticos similares al nuestro»Si de algo podemos enorgullecernos los españoles, como obra colectiva, es, sin duda alguna, de la modélica transicion política que posibilitó el tránsito pacifico de una dictadura de cuarenta años a una nación plenamente democrática tras la muerte del general Franco. Dos años después de ... su desaparición, España estaba votando la ley para la Reforma Política, y a los tres años de su entierro este país se dotaba de una Constitución plenamente homologable a la de otras naciones de nuestro entorno que dejaba atrás para siempre las amenazas de enfrentamiento fratricida entre compatriotas.
Hubo algunas estampas admirables, como la de Santiago Carrillo y Blas Piñar dándose cortésmente las buenas tardes en el Congreso de los Diputados al inicio de las sesiones parlamentarias, o la del primero, bestia negra del franquismo, siendo presentado en el Club Siglo XXI de Madrid por el entonces ministro Manuel Fraga. La Transición fue eso: consenso, cesiones, pactos, tolerancia a las ideas contrarias y la firme voluntad de que este país cogiera el tren de la modernidad dejando atrás sus sempiternas sombras de rencor. El proceso fue tan admirable que algunas Universidades han tenido cátedras dedicadas a su estudio y el modelo ha sido analizado con atención por otras naciones que se vieron en tránsitos políticos similares al nuestro. De aquello sólo cabe felicitarse colectivamente y sentirse plenamente satisfechos, tanto de lo que hicimos como de la forma en que lo hicimos.
Desde hace años, algunas formaciones políticas, singularmente Podemos, han cuestionado reiteradamente aquel periodo de nuestra historia reciente calificándolo de «pasteleo», en una actitud que resulta tan injusta como irresponsable. Ahora, con la nueva ley de Memoria Democrática, se pretende extender la duración de la dictadura nada menos que hasta 1983, un año en el que ya gobernaba en España el PSOE de Felipe González. Tal parece que ni Adolfo Suárez, ni Leopoldo Calvo-Sotelo, ni el primer año de los socialistas en el poder, merecen ser considerados democráticos a tenor del nuevo texto apoyado, entre otros compañeros de viaje, por aquellos que justificaron en su día los asesinatos de la banda terrorista ETA. A Felipe González la letra de la nueva ley «no le suena bien» y para Aznar el texto es «un disparate». Los de Bildu ya han dicho que «van a poner en jaque el relato de una Transición ejemplar», con una ley en la que han mostrado un interés desmedido por intervenir.
De modo que así estamos, poniendo patas arriba aquello que mejor hemos hecho como sociedad y que, conviene no olvidarlo, nos ha permitido llegar hasta aquí viviendo el periodo más próspero de nuestra historia. España es una democracia plenamente consolidada, un país que pertenece a las instituciones europeas y que ha experimentado un avance que nadie podía prever hace apenas cuatro décadas. Pese a esta realidad inapelable, iniciativas como la de esta ley, surgida de la necesidad parlamentaria de un Gobierno frágil, vuelve a dividir a la sociedad y a cuestionar nuestro pasado y también nuestro presente.
Produce pena ver que no tenemos remedio, que tiramos al monte y que aquello que en su día fue un ejercicio de restañar heridas y tender manos, se trunca de nuevo en la creación de enemistades, buscando la herencia política de un difunto general a quien, afortunadamente, no han conocido los ciudadanos españoles que ya han cumplido 47 años. Los cercanos a ETA se salen con la suya, mientras evidenciamos, por la vía de los hechos, que no hemos aprendido nada, y algo aún peor, que no parecemos tener remedio: 'Naranjito' (1982) fue franquista.
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