Me dio la mano al terminar la visita y quitando hierro a mis niveles de colesterol, mi médico me recomendó «vida sana», como si fuera una receta, a consumir cada ocho horas. Le miré con cuidado de que no se me vieran los pensamientos que ... atravesaban mi cerebro, pero algo debió de intuir el galeno porque añadió: «Ya sabe, ejercicio, comida saludable, no fumar y mantenerse optimista». Bajé las escaleras pensando en aquel puñado de genéricos que me asegurarían la longevidad de mi cuerpo, y a punto estuve de volver hacia atrás para preguntarle si alguna vez había recomendado a sus pacientes leer un libro, aunque fuera de mecánica cuántica.
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Todo esto viene a que la patata caliente de la ley de educación va y viene por los parlamentos sin que nadie se anime a poner la coma donde hay un punto y aparte, o a entrecomillar los párrafos en los que la retórica hace imposible la comprensión. En los cajones de los despachos está ese listado, fatídico para nosotros, de países con un tejido cultural que no sabe ni unir sujeto, verbo y predicado. Francamente, no puedo entender cómo el único músculo que puede sobrevivir a los demás en un estado aceptable ha dejado de entrenarse, y por las dudas, me estoy refiriendo al cerebro.
Formarse debiera ser un gozo y no una sombra ('Gozos y sombras'. Gonzalo Torrente Ballester). Aquellos que acostumbran a ingerir más alcohol que el deseable, los que dan la paliza asegurándote que ellos controlan, se asemejan a los que con toda su cachaza se atreven a decir que 'no son de leer'. Unos y otros piensan que el alcoholismo y la falta de actividad cerebral no se les nota, pero disculpen, señores… Sí se les nota. En las cárceles, donde se sueña con volar, las bibliotecas son los lugares más visitados por los presos. Muchos de ellos encuentran la manera de comprender las posibilidades que tiene un ser humano cuando no parece tenerlas, a través de los protagonistas de novelas.
Las trampas que ha ido escondiendo la civilización del bienestar y la tecnología están empezando a ser descubiertas empujadas por los acontecimientos que vivimos. La pandemia, la soledad del aislamiento, la guerra en la que estamos inmersos y la vida sin tutela van poco a poco desenmascarando la peligrosidad de los juguetes con los que crecen los niños. Mi mente perversa empieza a desarrollar la idea de que el dichoso y venidero metaverso ha sido diseñado para que vivamos escondidos en sótanos, tan contentos con nuestra vida virtual, dejando a los conquistadores tranquilos mientras jugamos con espejitos. No almacenemos aceite de girasol, compremos libros, para resistir hay que tener mimbres.
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