Trampantojos, historia y selectividad
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«Un trampantojo que se desarma, como se van desarmando, uno tras otro, el resto de artificios que tratan de convencernos de que, pese a lo que ven nuestros ojos (...), España va bien»A veces el fútbol, ese espectáculo cuyas crónicas deberían figurar en las páginas de economía, o en las de internacional, tiene un extraordinario poder metafórico. El rescate de España por parte de Alemania. El sacrificio americano de Costa Rica. El sabor a venganza oriental de ... Japón. Un manga que nos deja imágenes elocuentes. Comprobando el errático comportamiento de nuestros jugadores sobre el campo, en el partido del jueves, uno tenía la sensación de estar 'leyendo' una noticia de política nacional. «Cinco minutos de pánico», en palabras del líder supremo, que fueron suficientes para apreciar las verdaderas costuras de la selección nacional.
Un trampantojo que se desarma, como se van desarmando, uno tras otro, el resto de artificios que tratan de convencernos de que, pese a lo que ven nuestros ojos y aprecian nuestros bolsillos, España va bien. Como en los mejores tiempos de José María Aznar. O de Manolo Escobar. El último artilugio, el de la resistencia de la economía española a la debacle europea provocada por la guerra. El frío ha llegado, la fiesta se ha terminado, y ahora conocemos que en tres meses, desde septiembre, los ahorros de las familias españolas en los bancos (no sabemos en los colchones) han caído en 5.500 millones de euros. Y que la tendencia de los dos años anteriores a nadar y guardar la ropa ha volado por los aires. Un agujero que ya difícilmente disimulan las ventas de los viernes negros ni las luces de la Navidad. Nadie puede beber el agua de un espejismo, que dice el proverbio. ¿O sí?
Alguien ha matado a alguien, como insinuaba Gila. Pero aquí nadie dice nada. Los más mayores, quizá porque los educaron en ser obedientes hasta en la cama. Los más jóvenes, porque los engañaron diciendo que los educaban para la ciudadanía, cuando en realidad lo hacían para la nonada. O para la desigualdad, como ahora dice el nuevo presidente de Adide, la mayor asociación de inspectores de enseñanza de España. Y el resto, porque lo que de verdad nos preocupa, y hasta nos ocupa, es saber qué va a hacer España a partir de ahora, en octavos de final.
A lo mejor lo que de verdad sucede es que no sucede nada. O que llegamos siempre tarde donde nunca pasa nada, como decía Serrat. Nada, más allá de las cartas explosivas con pólvora y metralla enviadas a la Moncloa. Del férreo enrocarse en la roca de Melilla del ministro Marlaska para evitar la recusación. De las últimas gollerías verbales de la ministra Montero, ahora acusando a los populares de «promover la cultura de la violación». Del manifiesto de la Asociación de Escritores con la Historia, que se suma a la anterior denuncia de la Real Academia Española sobre la amenaza a la libertad de nuestros estudiantes, a raíz de las nuevas pruebas de la EBAU…
Rien de rien. Nada de nada, porque el presidente lo ha dicho con todas las letras: «Una de las cosas por las que pasaré a la historia es por haber exhumado al dictador». Menos mal que ha dicho «una de las cosas». Seguro que está convencido de entrar en el temario académico de las futuras pruebas de selectividad por unos cuantos motivos históricos más. No se conoce un grado de memez semejante. Ni un predio tan alto de tristeza como éste. Las últimas bengalas encendidas en el espectáculo sin fin del dictador desenterrado. La última representación del teatrillo de títeres de cachiporra, con la puesta en escena de esa media España que vuelve a odiar a la otra mitad sin contemplaciones. La pesadilla de Machado: «Una de las dos Españas ha de helarte el corazón». Menos mal que don Antonio, al menos de momento, sigue del lado de Alfonso Guerra, tan descatalogado él, tan mal patriota. Qué sonrojo.
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