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El toro
Rincón por rincón ·
«He visto a otros animalistas comer hamburguesas de pollo con espinacas para aliviar sus conciencias y también he visto a algunos 'ultras' de lo 'anti' mascando carne de pavo para no engordar»Secciones
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«He visto a otros animalistas comer hamburguesas de pollo con espinacas para aliviar sus conciencias y también he visto a algunos 'ultras' de lo 'anti' mascando carne de pavo para no engordar»La última vez que acudí a los toros, el animal vomitaba sangre y el tendido aplaudía. Antes, el torero había tenido que recurrir al descabello tras un par de embestidas con el acero. La herida tenía casi medio metro y era mortal de necesidad así ... que la última cuchillada solo alivió la agonía.
El toro, con todo, es un elemento cultural. No es fácil de entender, y tiene argumentos retorcidos, pero lo es. Tampoco resulta sencillo alcanzar a comprender que la tortura y la muerte puedan ser un espectáculo. Y sin embargo, ocurre. Lo es.
El ser humano es un ser animal y puede que todo parta de ahí, de esa herencia que acompaña al desarrollo humano y que se mete en el adn más allá de la consciencia pura.
Cuando el toro se exhibe nace un mundo a su alrededor que, quizá, de otro modo nunca se daría, ni existiría. A partir de ahí los rituales, el oro, la grana, la arena, el acero, el caballo y los acordes. Y el negocio, también.
Admiro el debate sobre este arte tan disperso porque permite adivinar los polos tan opuestos en los que se mueve esta sociedad, nuestra sociedad. Matar un animal a estocadas tiene un aire degradante, o quizá no.
Uno de los más severos defensores del mundo antitaurino puso tanto empeño en hacerme ver que todo en ese mundo era tortura y tontería, gomina y cuerpos embutidos en la taleguilla, las medias y la chaquetilla, bien atados al corbatín y atornillados a la montera, que llegó a desconcertarme.
Y sí, tanta vehemencia estuvo a un tris de hacerme caer en el submundo del no a todo. Fue tal cual hasta que coincidimos en una solícita bodega bañezana. Estaba en una de sus primeras cavidades, con mesa de madera y luz tenue. Por un momento me parecía escondido de su realidad y de sí mismo. Ante él había un enorme chuletón de buey, regado con vino, adobado con brasa y aceite y con la carne sangrante, poco hecha.
Había fotos de los hermanos de ese mismo buey en la entrada y en los pasillos. El de la mesa era el último en caer de una amplia familia de nobles animales que en su día pastaron alegremente, sirvieron quizá al tiro de una modesta economía familiar o simplemente fueron engordados pensando en su posterior venta.
– «Tuvo una muerte digna», me comentó.
No hay argumentos para discutir lo que es digno o no. El de la mesa, que rezumaba, acabó los días frito bajo una descarga eléctrica. El otro, el de la arena, tuvo tiempo de salir al coso para el mismo fin. No acabo de ver la dignificante muerte del primero, por mucho que se incidiera en ese asunto.
El toro para lidiar es un tormento, un castigo y un desaire al orden natural; el buey para alimentar, desconectado de la realidad por la silla eléctrica, es un fin saludable honesto y necesario.
He visto a otros animalistas comer hamburguesas de pollo con espinacas para aliviar sus conciencias y también he visto a algunos 'ultras' de lo 'anti' mascando carne de pavo para no engordar.
En la muerte de los animales que trituraban con sus dientes, creo, no habrá habido puyazos, estocadas y descabellos. Si acaso, animales hacinados, engordados en algunos casos de forma artificial, criados 'express' para vivir en un campo de concentración y luego morir en cadena. Edificante, sin duda.
Visto el argumentario, que no es pobre, y vista las reflexiones de unos y otros no me quedan muchas dudas: yo sería toro, de principio a fin. Odio la vida del pollo y mucho más la idea de abandonar este mundo frito por una descarga eléctrica.
Y sí, es cierto, nadie le ha preguntado al toro... ni al pollo...
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