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Hace la tira de años tuve relación con un personaje pintoresco, madrileño de Chamberí y hombre lunático que dio en la quimera de creerse destinado a figura del toreo, convencido de que nadie competía con sus facultades. Ni tan siquiera el gran Joselito: «así y ... así», decía, dando vuelo a los manteles que le hacían de capote, midiéndose con las sillas y prodigando pases de pecho al aire. «Sólo me falta el miura», concluía, haciendo abstracción de que cuando se ponía delante de una becerra al instante se desmoronaba el castillo de naipes de su toreo de salón.
Pues, mutatis mutandis, esa es la sensación que me suscita ese cabecilla de facción revoltosa que a sí mismo se tiene por campeón del antifascismo y que acaba de dejar la vicepresidencia del gobierno sanchista, según sus propias y mesiánicas palabras, para contener el asalto al gobierno autonómico de la reacción criminal y las hordas trumpistas, cuando la única realidad es que huye para no dar la cara frente a las medidas de ajuste que se nos vienen encima. Qué bien se torea de salón, qué lucido queda el heroísmo de cómic y con cuánta frivolidad se atribuye Iglesias la condición de antifascista… sin fascismo enfrente, que así cualquiera.
Se dispone a salvar la democracia, eso dice (risum teneatis). Pero lo suyo solo es toreo de salón, en lo cual, como en todo, hay clases: aquel lunático de Chamberí hacía el ridículo inofensivamente y con gracia. Al contrario que éste, que ideológicamente se ha quedado en algo así como el salto de la rana.
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