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En mis años juveniles tuve un profesor de Historia, don Juan Sanz, del que me he acordado muchas veces no solo por lo que consiguió enseñarnos, sino por la admiración y el respeto casi reverencial que le tributábamos todos. Cuando cursaba 3º o 4º del ... antiguo Bachillerato, una gripe traicionera me impidió asistir al examen trimestral de su asignatura. Aceptó examinarme días después. Aquella mañana, en el aula, junto con todos mis compañeros de curso, hizo que me situara en un pupitre cerca del estrado y mientras sostenía la boquilla de su cigarro en la comisura de sus labios se dirigió a mí:
—Fernández, –dijo– supongo que sabrá las preguntas que les puse a sus compañeros en el examen ¿no?
—Sí –contesté.
—¿No pensará que le voy a poner las mismas?
—No, claro –respondí enseguida.
—Pues tome nota –anunció, mientras formulaba las mismas preguntas del examen del primer día.
Confieso que llevaba bien preparada toda la materia del trimestre, pero de manera especial los temas sobre los que había examinado al resto de la clase. Sabía que su sentido de la justicia y de la ecuanimidad le hubieran desasosegado sobremanera de haberme sometido a otro cuestionario. Pero a la vez, la perspicacia y la práctica docente le empujarían a salvar el trance sometiéndome a ese interrogatorio previo para dejar claro que allí nadie se chupaba el dedo. Lecciones para la concurrencia.
Me he acordado de don Juan Sanz porque no sé si en estos tiempos en los que la corrección política puede verse reforzada incluso con cámaras en el aula, podrían resultar admisibles algunas de sus muletillas ante las barbaridades estudiantiles: «¡Tontos, tontos; pondría un disco repitiendo todo el día que sois tontos y no lo diría suficientes veces!». Comparados con el lenguaje de las redes sociales, aquellos improperios –que nos suscitaban sonrisas antes que indignación– no llegan ni a pellizco de monja. Dice Gracián que «siempre hay tiempo para enviar la palabra, pero no para volverla». De ahí el valor del hombre prudente: «Es fiera la lengua, que si una vez se suelta, es muy dificultosa de poderse volver a encadenar». Bien podrían aplicárselo algunos políticos cuando hablan de sus contrincantes. Falta fineza y sobra odio. Eso sí que resulta inadmisible.
Como hombre inteligente, don Juan Sanz cultivaba el humor y la ironía. Recuerdo que un año los alumnos de varios grupos no disponíamos de aula fija y teníamos que ir rotando por las que quedaban libres. En uno de esos trasiegos alguien echó de menos su caja de compás, bigotera y un juego de escuadra y cartabón que guardaba en el pupitre. En cuanto se percató de que habían desaparecido, se lo comunicó a don Juan, el profesor a esa hora. «¿Qué curso ha estado antes aquí?», preguntó él. Se lo dijeron. «Pues vete ahora al aula equis y pregunta por fulano de tal». El alumno salió y al instante volvió con sus materiales de dibujo técnico. «¿Qué te ha dicho?», le interrogó el profesor. «Que creía que eran suyos». «Ya», fue lo único que contestó el profesor. Y todos reímos porque en aquel curso no se estudiaba dibujo.
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