Ahora, que pueden seguir nuestros pasos como a esas aves cautivas o esos lobos heridos a los que colocan un microchip, nos verán movernos por los sitios de veraneo como si fuéramos nubes de puntitos negros, miríadas de estorninos perfectamente intercambiables unos con otros. Usted, ... querido lector, es muy parecido, casí idéntico, a ese señor calvito que está delante de usted en la cola del restaurante o a esa muchacha que busca mesa libre en la terraza. En verano nos movemos, lo llenamos todo, queremos estar ahí, donde todos desean estar. En otro sitio, ser otros. En verano, sobre todo en verano, es como si no nos gustáramos y nos lanzamos en busca de otra existencia. La Yourcenar, en 'Una vuelta por mi cárcel', escribió que en el hombre, al igual que en el pájaro, parece haber una necesidad de emigración, una vital ansiedad de sentirse en otra parte. Pero por estos paisajes marítimos que atiborramos hasta hacerlos inhabitables, yo veo que las que permanecen son las gaviotas; vuelan, chillan y se quedan. Nosotros no, holandeses errantes, muñequitos de cuerda siempre con el móvil en la mano, mirándolo todo a través de él. Vivir para contarla se titulan las memorias de García Márquez. Viajar para colgarlo, sería el mejor resumen de nuestras vacaciones. La identidad se esconde en los ojos de quienes nos miran y queremos que piensen que somos viajeros, cosmopolitas, mundanos… Y, mientras nos forjamos esa falsa identidad, pensamos que vivimos, que volamos como gaviotas vociferantes.
0,99€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.