Dijo Delibes, don Miguel, que la vejez le había supuesto una desagradable sorpresa, una amarga decepción. Yo supongo que él se imaginaba viejo a la manera de varios de sus personajes, que esperaba que la senectud fuese serenidad, sabiduría, un grato deslizarse hacia la muerte. ... Pero la vida, que dirían allá por Sudamérica, es bien cabrona y el paso del tiempo no trae nada bueno, a no ser que seas un vino reserva. Hay que andarse con mucho ojo para que la vejez no acentúe nuestros defectos y arrase con las pocas virtudes que poseamos. Digan lo que digan Cicerón –'De senectute'–y Hermann Hesse –'Elogio de la vejez'–, nunca nadie a quien se le apareció un genio le pidió la ancianidad.
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Viene esta introducción al desbarajuste que reina en el mundo y, más concretamente, a la sinrazón que Israel está llevando a cabo para vengar el atentado de Hámas. Cuando escribo estas líneas, el ejército israelí invade el sur del Líbano, ya van más de 40.000 víctimas, Irán lanza una oleada de misiles contra Jerusalén y Tel Aviv y el riesgo de una guerra abierta es enorme.
¿Y qué dice o hace EE UU, el jefe del mundo, el que anteriormente dictaba las normas? Nada. Nada de nada. Ni siquiera es capaz de sentar a una mesa a Netanyahu para contemplar la posibilidad de un alto el fuego humanitario. El imperio, EE UU, está gobernado por un viejo, un octogenario que va saludando fantasmas por las esquinas y que se adentra en las sombras de la demencia senil. Ya sé, sé que no todos los ancianos son así, que hay vejeces dignas y capaces, pero reconocerán conmigo que sí, que la vida es bien cabrona.
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