Lo urgente, lo inevitable, siempre ha sido antes postergado. Nos vamos ocupando, en nuestro día a día, de lo accesorio, de lo banal, de lo que no tiene demasiada importancia. Quizás sea la certeza de la desgracia lo que nos paraliza; la falta de valor ... para mirar de frente a la desgracia. La enfermedad, el destino fatal de algún ser querido, la ruina, las terribles vicisitudes que nos puede acarrear la vida nunca suceden de improviso. Las peores calamidades han sido antes presentimientos; nuestros más ocultos temores casi siempre terminan por hacerse realidad. No imaginamos más que aquello que ya conocemos.
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Dicen los expertos que las consecuencias del cambio climático ya están aquí; que, en poco tiempo, nos complicarán la vida hasta extremos inimaginables. ¿Lo sabíamos? Sí. ¿Hicimos algo para evitarlo? No. ¿Lo haremos de ahora en adelante? Lo dudo mucho. Somos empedernidos fumadores con un enfisema pulmonar que se niegan a considerar la posibilidad del cáncer de pulmón.
Pero ya es urgente ocuparse, insoslayable, se acercan cosas asombrosas. El otro día, alguien recordaba que nunca más diremos aquello de 'Abril, aguas mil', y que nos cargamos para siempre los 'Mayos floridos y hermosos'. Adiós a todo esto, como tituló Robert Graves sus memorias.
Pero, si queremos que esa despedida no esté muy cercana, habrá que tomar medidas drásticas, dolorosas... Medidas draconianas que no sé hasta qué punto aceptaremos y si podrán ser compatibles con nuestra actual democracia. Joder, qué días más ingratos se acercan y la gentuza que tratará de sacar partido. Otro día les digo a quién me refiero.
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