Unos narcotraficantes, con una lancha de esas que salen en las películas, que vemos en los puertos deportivos del Mediterráneo, pasan por encima de unos guardias civiles, matándolos, asesinándolos, y la gente aplaude. No sucede en un vídeo de Tiktok ni es una de ... esas imágenes con que terminan los Telediarios a modo de curiosidad. Ha pasado en Barbate, en Cádiz, aquí en casa. Uno de esos agentes era de León, de Castrocontigo. Qué caprichosa es la vida, qué cabrona la muerte. Quién puede pensar, al nacer en ese pueblecito del interior, que unos hijos de puta como de corrupción en Miami te van a asesinar.

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Y la gente aplaude, vitorea a los malos, a esos traficantes que son ricos y eso los convierte en ídolos de muchos que, como ellos, sólo piensan en enriquecerse. Todos nuestros modelos son millonarios. El golfista ese, Jon Rham, que se ha vendido a Arabia. Nadal, también vendido. ¿Por qué admiramos tanto a Nadal? Y los futbolistas superfamosos, nuestros modelos supremos. Brutos, incultos, prepotentes, ágrafos (algunos hay que no, que son personas normales), pero adorados por las multitudes. Al menos Cagliostro, un estafador también idolatrado en el XVIII, se lo curraba un poco. Que levante la mano el joven que admire a un científico, un médico, un pensador… Lo más alto que llegamos es a los de Operación Triunfo.

Hasta los narcos, si son ricos, se convierten en objeto de nuestra admiración aunque los veamos matando a unos agentes de la ley. Aplaudimos como antes en el cine, cuando el héroe rescataba a la doncella. Cuando éramos otros y no estos desalmados.

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