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Los trenes tienen una gran importancia en el imaginario europeo. También en el americano, vean las películas de Ford, de Hawks, de Walsh… El argumento más esgrimido durante la Italia fascista fue que Mussolini había conseguido que los trenes funcionaran con puntualidad. ¿Y qué me ... dicen de aquella Inglaterra de los libros de John Le Carré, puntual, seria, segura, inalterable? ¿Y de la adorable Francia del comisario Maigret, inventada por el belga Simenon? Sus crímenes incruentos, sus croissants, sus ferias de queso, sus casitas en el Loira, su estricto código moral, su empatía… Pues de todo eso, de esa Europa que desde aquí mirábamos con envidia y admiración, no queda nada. Hace mucho que Inglaterra no es Inglaterra y que Francia no es Francia. Italia…, bueno, Meloni se parece a Mussolini, pero su servicio ferroviario es un caos. La decadencia viene de lejos, décadas y yo sostengo que empezó en Reino Unido con un guardagujas, concretamente con uno de la línea Londres-Edimburgo. Hizo mal su trabajo y se acumuló un retraso de 20 minutos. Se jodió la mítica puntualidad inglesa. Después, Thacher, Mayor, Blair, Brown, Cameron, Johnson y Sunak. Cuesta abajo, todo degeneración. El espectáculo francés tampoco desmerece. Si nos quejamos de nuestros políticos, echen un vistazo a París. Entre el Brexit y el previsible triunfo de Le Pen, la cosa no pinta nada bien para Europa. Y es que nada hay mejor en la vida que un buen tren; que sepas que, cuando lo oyes pasar frente a tu ventana, son las diez y doce. Las diez y doce, aunque ese día sea el mismo del fin del mundo.
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