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Cuando me miro, me desolo; cuando me comparo, me consuelo, dicen que decía San Agustín. Sea o no suya la frase, no estoy muy de acuerdo con ella. Sólo a través de los otros, de la mirada de los otros, alcanzamos a vislumbrar nuestra identidad. ... El yo es un asunto social, no tan íntimo y misterioso como pensamos en la adolescencia. Y lo cierto es, San Agustín, que viendo a los otros –que son nuestro espejo- damos lástima. Fíjense, por ejemplo, en el asunto Tito Berni, en el caso Mediador, la supuesta trama de sobornos que afecta a un diputado del PSOE, a altos cargos de la Guardia Civil y a algún que otro empresario. Comilonas, fiestas, cocaína, putas... Nada nuevo, señores barrigones en camiseta y calzoncillos abrazando a prostitutas. ¿Se acuerdan de Roldán, de Jesús Gil en la piscina rodeado de chicas, de los directivos de la petrolera Petrobrás...? Todo tan cutre, tan de camiseta sudada, tan de jovencita que apenas puede reprimir el gesto de asco que les dan esos señores...? Y el espectáculo es masculino, siempre masculino. ¿Qué hacen las mujeres con el dinero que roban? No lo sé, pero no he visto fotos de señoras fondonas en bragas esnifando cocaína y sobando a lindos muchachuelos. No, Agustín, no me consuelo al compararme porque me asalta la sospecha de que somos así, burdos y soeces, todos. Seremos así, tan asquerosos, en general? En las películas, los corruptos no son tan vulgares. O a lo mejor es que no tienen barriga ni llevan camiseta. El caso es que, como diría Neruda, me canso de ser hombre. En mi próxima reencarnación, elegiré ser mujer.
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