Hubo un presidente yanqui que se llamó Bill Clinton. Estuvo, está, casado con Hillary Clinton. Le recordamos porque una colaboradora suya le hizo una (o varias) felación. Para manejar la ansiedad, se excusó. Por aquel entonces se montó un cierto escándalo, nada para asustarse. Clinton ... ganó las elecciones porque un colaborador suyo –de éste no sabemos que practicara el sexo oral– acuñó una frase que sirvió para derrotar a Bush padre: «Es la economía», estúpido.

Publicidad

La economía es, o al menos era, un poderoso incentivo a la hora de elegir a nuestros gobernantes. La economía –nunca cometería el pecado de añadir estúpidos refiriéndome a ustedes– en realidad lo es todo. El trabajo, el pan, las pensiones, la escuela, la sanidad, los impuestos… Pero parece que ese aspecto de nuestras vidas ha perdido su importancia y que Clinton, hoy, tendría que inventar otro slogan. Nuestros debates, nuestros intereses, son puramente ideológicos. Párense un momento a contemplar las campañas electorales en Cataluña y Euskadi. Vean de qué discutimos en los bares, de qué se escribe y opina. Juzguen qué votamos en las elecciones pasadas y verán los poco que parece preocuparnos nuestro bolsillo. Y uno, que es viejo y oyó hablar mucho de la dialéctica marxista, se pregunta si únicamente no será cuestión de nivel; si, al elevar la mirada, no nos encontraríamos con que todo sigue siendo economía y con que, para manejarla más a su antojo, no nos entretienen con estas minucias ideológicas que no van más allá de la amnistía, de la fruta, de un perrosánchez, de un tal MAR que nació en este periódico y de voces en la taberna.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

0,99€ primer mes

Publicidad