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Hasta no hace mucho tiempo, contemplaba el futuro con una sensación de vergüenza, un poco cohibido ante lo que nuestros descendientes pensarían de nosotros. Yo, debo advertirlo, aunque nací y viví en el siglo XX –y allí sigo–, una centuria terrible donde no hubo mal ... que no se llevara a cabo, siempre creí en el progreso. Y pensaba en las gentes del mañana, habitantes de una tierra mejor, e imaginaba su conmiseración y su extrañeza. No entenderían el trato que damos a los animales, nos llamarían bárbaros. Y compadecerían nuestra forma actual de concebir, esos nueve meses que la mujer lleva al feto en su interior. Los embarazos, pronosticaba, serán todos extrauterinos. Y nuestra loca manera de acabar con los recursos del planeta, ese amor a los coches, la insensatez energética, el desmadre ecológico... Qué gentes, dirían, los de aquella época, refiriéndose a nosotros.
Pero he cambiado de idea y ahora, visto el rumbo que va tomando el mundo, me inclino por pensar que nos envidiarán. Tal vez hayamos vivido una edad dorada; quizá seamos los últimos privilegiados, los que tuvimos derechos, los que habitamos una tierra en la que, algunos días, daba gloria estar. Teníamos derecho a ser felices, a intentarlo. Pero votamos a Trump, Milei, Bolsonaro, Putin, el chino Xi Jinping, el húngaro Orbán, la italiana Meloni, Elon Musk, Jeff Betos, que nos llevan a un horrible futuro y todo apunta a que la vida de sus hijos y de sus nietos será una vida de mierda. Fascismo, miseria, cambio climático, dictadura, mentiras… Me gustaba más el papel de bárbaro que el de último habitante de Arcadia.
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