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El magnicidio controlado, a la manera del Imperio romano, cada vez tiene más partidarios como eficaz sistema de gobierno. La democracia y sus estrictas normas ... nos decepcionan; se nos hacen intolerables esos plazos de tiempo –cuatro años como poco– que hay que esperar para cambiar a nuestros dirigentes. Tendría que haber un Amazon Prime electoral, una agencia que, con la máxima inmediatez, sustituyera al gobernante que nos decepciona. Mañana, antes de las 20 horas, tendrán ustedes su nuevo presidente, su alcalde… Y, como eso no puede ser –las rigideces de la democracia–, añoramos el magnicidio, el asesinato, el golpe de estado. ¿Cuántas veces le han dicho, en los últimos meses, que fue una lástima que la bala disparada contra Trump en la última campaña electoral le hiciera únicamente un rasguño en la oreja? No hay día que, durante el desayuno en el café de la esquina y mientras la televisión comenta la última ocurrencia del marido de Melania, alguien no comente que ojalá acabe como Kennedy. Y no es Trump al único que se le desea la suerte de César, Calígula o Nerón: Putin y Netanyahu son los más notorios, los mejor situados. Un helado de polonio, un misil de Hamás un tifón venezolano… Sobre los políticos patrios y lo que les deseamos, guardemos silencio, que no es cosa de exhibir nuestras podredumbres morales. Sucede que, con el desmesurado poder que han acumulado, ciertos políticos rompen las reglas democráticas. Pero, a no ser que ciertamente todo esté ya perdido, no hará falta recurrir a la bala ni la espada para acabar con ellos. Sigamos confiando en los votos y añoremos la democracia, no el tiranicidio.
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