El sentimiento de culpa es uno de los más potentes condicionantes de nuestra conducta. Ni confesión ni leches, esa maravilla «ego te absolvo» del catolicismo no sirve y la conciencia nos corroe de por vida. Nos oprime tanto ese complejo de culpa –muchas veces injustificado, ... pero qué más da– que a menudo nos lleva a cometer nuevas injusticias. El consentimiento que la política criminal de Netanhayu (por favor, no me hagan repetir la repulsa absoluta a Hamás) obtiene de muchos países europeos, tiene su origen en Hitler, en el nazismo, el Holocausto. La Alemania nazi, las colaboracionistas Francia, Belgica, Países Bajos, Grecia, Hungría, Noruega, Rumanía,la fascista Italia, la España franquista… pagan ahora aquella ignominia histórica. La causa sionista –que no semita, que también son semitas los árabes aunque la señora Ayuso lo ignore– se beneficia del horror nazi como, durante mucho tiempo, los nacionalistas y hasta los terroristas de ETA sacaron rédito sociológico de su anti franquismo.
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Algún día, las generaciones más jóvenes, las que no sepan qué fue Auschwitz, ni Dachau ni Treblinka no recordarán ese infierno ni sus imágenes y serán los niños palestinos muertos los que ocupen su memoria y dicten su comportamiento. Comportamiento que vendrá motivado por el complejo de culpa de esta Europa vieja e inoperante que asiste inane a los bombardeos de Gaza. De culpa en culpa, de masacre en masacre, de barbaridad en barbaridad, de venganza en venganza... Dónde iremos a parar, dónde encontraremos un confesor que nos absuelva de tantas faltas, tan viejas, tan repetidas.
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