Neruda, a menudo, volvía a casa con los ojos cansados de ver el mundo que no cambia. Y se encontraba la risa de Matilde Urrutia y se le abrían las puertas de la vida. La Matilde a la que engañó con muchas, todas ellas también ... engañadas. Un mismo verso sirve para mil mujeres. A la sirvienta que, en sus memorias, confiesa que violó, no le dedicó ningún poema, que yo sepa. Es verdad que el mundo no cambia, aunque finjamos asombro ante cosas que decimos nuevas que sabemos viejas. Errejón, oh, oh, oh…, qué escándalo, qué sorpresa. ¿De verdad no sabemos cómo son las cosas? ¿De verdad nos sorprende tanto que se abuse y maltrate a las mujeres? No conozco a ninguna que no haya sufrido alguna agresión sexual, de mayor o menor intensidad. Y no quiero que mi hija vuelva sola por las noches, cosa que mi hijo hace todos los días. Podemos lanzar las exclamaciones que queramos, llevarnos las manos a la cabeza, pero bien saben ustedes lo que se dice en las cenas de hombres solos, los comentarios machistas y sexistas que trufan cualquier conversación. Somos así, qué pena. Desgraciadamente, Errejón nos representa. Siempre es el hombre el que agrede, el que viola, el que lleva la mano al culo femenino… Lástima, pero somos así y cada vez desconfío más de que la educación, la cultura, pueda cambiarnos. ¿El palo lo haría? Puede ser. El miedo también nos ata las manos. Nadie mete mano a la directiva de su empresa, ningún subordinado se sobrepasa con su jefa. Esa jefa que, cuando nos reunimos los machitos, proclamamos que está ahí por haberse acostado con alguien poderoso. Urge que cambiemos.
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