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Así como guardar en secreto las deliberaciones de los plenos municipales. Nada haría más felices a alcaldes y concejales de muchos pueblitos que el que se incluyera esa fórmula en la toma de posesión de sus cargos. Secretos, reuniones, conciliábulos, apartados, cuchicheos, sotto voce, la ... política rural española parece una comedia de enredo del siglo XVII en la que todo se pronuncia a media voz. Personajes de John le Carré, de Forsyth, de Grahan Greene encerrados en un confesionario, entre mojones y no entre fronteras.
Cuando voy a un pueblo, sé quien es el alcalde y quiénes los concejales. Los verán ustedes en una esquina de la taberna o apoyados en el vehículo municipal, inclinado uno sobre el oído del otro, alejados de los demás, manteniendo la distancia, no vaya a ser que el populacho se entere de que van a asfaltar un camino o de que está previsto cambiar una farola. El otro día asistí a una escena edificante: un concejal toma café con su mujer en una terraza. Llega el alcalde y ella, motu proprio, con la taza en la mano, se va alejando discretamente, permitiendo a los dos próceres que arreglen el mundo en la intimidad.
Y es que sin secretos, sin la sensación de poder que da estar en el ajo -pobres. Son los de las últimas filas en los mítines provinciales del Partido, los que estrenan chaqueta cuando llega al pueblo el presidente de la Diputación y los que guardan como oro en paño una foto «»dedicada por el líder o la lideresa nacional-, sin eso, digo, no pagarían el tiro tantas horas, tantos desvelos, tanto trabajo. Y ,ay, el sueño de ser diputado provincial.
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