¿Es acaso una desgracia tan grande morir? Eso le dice Turno, rey de los latinos, a su hermana cuando ésta le advierte del peligro que conlleva enfrentarse a Eneas. Eneas es un gilipollas que viene de perder la guerra de Troya, que ha causado ... el suicidio de Dido y que quiere robarle a Turno su tierra y su prometida, Lavinia. Dejemos aquí la historia y contestemos a la pregunta inicial: no, no es una desgracia tan grande morir. Lo realmente crucial no es morirse, sino cómo. Yo no quiero irme de este mundo como esas ancianas que han fallecido asfixiadas en la habitación de su residencia. Han muerto como si se incendiara uno de esos camiones de ganado que nos cruzamos en la carretera, con las salidas de emergencia bloqueadas, sin alarma de incendios, sin sistemas de extinción, compartiendo una cama individual. Cada vez son más frecuentes esas noticias que hablan de viejos y tratamientos inhumanos. Hasta comida con gusanos les dan, les han dado. Cuando el COVID pasaron cosas pavorosas, mil veces peor que el infierno. Eso me aterroriza, no la muerte. Caer enfrentado al Eneas de Turno, con la espada en la mano, con la dignidad en la mano y en alma, intacta, no tiene nada de temible. ¿Qué estamos haciendo con los viejos? ¿Qué nos aguarda? De esa ignominia, de esa infamia que muchos practican a diario, sólo pueden salvarnos los poderes públicos. ¿De verdad que no podemos hacer que los ancianos vivan, que mueran como Dios manda? Doy gracias al cielo y a la Diputación de Burgos –PP– por recordar que mi madre es un ser humano.

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