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Después del listón que ha puesto Puigdemont para prestar un ratito sus siete votos a Pedro Sánchez, lo razonable sería pensar en una repetición de elecciones, porque sus exigencias son inasumibles en un estado de derecho, pero mediando Pedro Sánchez y la estabilidad de su ... poltrona, cualquier disparate parece al alcance de los separatistas, golpistas, secesionistas o filo terroristas, la tropa con la que presume de capacidad de diálogo y con la que quiere ser investido. Pedro Sánchez tiene fines, pero carece de principios y de «Yo me comprometo hoy y aquí a traer a Puigdemont a España, para que rinda cuentas ante la Justicia» o «Las penas tienen que cumplirlas íntegras» puede tender alfombras al paso triunfal del huido, para que regrese con trompetas y tambores. Como político, Pedro Sánchez no está comprometido con la verdad, porque mentir le sale rentable. Es así porque, demostrado está, así lo queremos. Si ahora, además de la amnistía, tiene que pagar cien mil millones de euros para que atenúen su déficit, un referéndum de autodeterminación y admitir que no hubo delito en la declaración de independencia, que fue una actuación sectaria e injusta por parte del Estado español, lo pagará porque su estabilidad es lo primero. Se ha abierto la subasta y él es jugador de órdagos.
Nada de tapadillos, Yolanda Diaz, vicepresidenta del Gobierno, disfruta de sus momentos estelares y el encuentro con Puigdemont, como el que tuvo con el Papa Francisco, tenía una tamborada detrás, para obligar a todo el mundo a mirar. Que se vea, que se sepa que allí está ella, que se visualice en la UE que el Gobierno de España acude, con su vicepresidenta, en peregrinación a Bruselas, para escenificar en el Parlamento Europeo la sumisión debida a un prófugo de la Justicia española, del que depende, eso sí, la presidencia de Pedro Sánchez y su propia vicepresidencia. Como lo importante es seguir, hasta allí ha ido doña Yolanda, contenta de que Puigdemont, en este primer encuentro, no decidiera recibirla en un iglú de Groenlandia, en el que no podría lucir el primoroso bordado de sus trenzas ni sus modelitos.
Resulta penoso reconocer que Puigdemont y los demás fugados, son los que tienen una hoja de ruta clara y la desvergüenza necesaria para hacerla pública cada vez que se les presenta la ocasión: «Sube el precio de la subasta», enfatizó el huido al saberse dueño de la situación, porque desde su refugio de Waterloo va a decidir el quién y el cómo se gobierna en España. En el Gobierno en funciones, al pago del chantaje le llaman diálogo. Y para escenificar la nueva versión de 'La rendición de Breda', hasta Bruselas se fue la vicepresidenta, con un abordaje táctil hacia Puigdemont que si lo hiciera Puigdemont con ella sería catalogado de abuso machista. ¡Qué acariciadora, que besucona y que tocona es la señora!
El chalaneo, «la subasta», le ha dado la razón a un prófugo que ha rentabilizado su huida y ha pasado de ser juzgado y encarcelado, a tomar la batuta de Cataluña y ahora también de España, con un Gobierno genuflexo y dispuesto a poner alfombras, naturalmente progresistas, a sus exigencias. Ya, en julio pasado, el Gobierno en funciones, vulnerando normas y principios, solicitó a la UE que se hicieran oficiales la lengua catalana, vasca y gallega, que fue el precio que exigió Puigdemont para otorgarle al PSOE la Presidencia del Congreso. Las subastas, subastas son, ahora queda por abrir el sobre de Bildu y el «no va más» de ERC.
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