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Hubo una vez un hortelano, así me lo contaron, que por caprichoso, voluble, despiadado y bruto, mantenía disputas muy acaloradas con sus vecinos que, en asamblea, llegaron a debatir la conveniencia de acabar con él. El tipo tenía un burro viejo con el que se ... divertía haciéndolo tropezar y al que engañaba continuamente, enseñándole un pienso que nunca le daba. El pobre animal, agotado de tanto trabajo, siempre sorteando el hambre y la sed, mostraba enormes mataduras, que se disputaban moscas verdes, para hacerse de un lugar en el abrevadero de sangre y costras.
Como el burro, agotado y triste, con las orejas caídas, apenas levantaba el hocico del suelo y no podía mantenerse de pie, el hortelano tomo la determinación de acabar con lo consideraba un gasto inútil, porque cada vez que intentaba cargarle un haz de leña, le fallaban las patas, trastabillaba de un lado a otro y acababa en el suelo. Estaba sentenciado.
Una mañana, agotado, con fiebre y atosigado por miles de moscas, el burro no logró ponerse en pie ni con los palos que recibió y el tipo decidió deshacerse de él. Pinchándolo con saña con una horquilla, logró que el pobre asno llegara hasta la boca de un pozo, con la pretensión de arrojarlo a su interior y dejarlo allí hasta que muriera de hambre y sed. En ese afán estaba, cuando se resbaló y juntos, el burro y el bestia, cayeron al pozo.
El hortelano intentó salir, pero las paredes de barro no le permitían escalar y a gritos pidió socorro a sus vecinos, que no lo oyeron o no quisieron oírlo. Tres días llevaba en esa situación cuando uno que pasaba cerca, alarmado por los gritos, se asomó al pozo y al verlo en aquella situación, decidió aprovechar la ocasión para rematar la faena y acabar con un infame desalmado, que tantas veces los había vendido y engañado.
Con una pala excavadora amontonó tierra, troncos y matojos en las cercanías del pozo y cuando consideró que era suficiente para cegarlo hasta la boca, comenzó a echar el ripio en el interior, para sepultar al burro y al mamarracho. Casi concluido el trabajo de sepulturero ocasional, tras la última palada, se apartó para tomar resuello y vio con sorpresa cómo la boca del pozo se movías y de la tierra emergía el burro, con el hortelano cogido por el cinturón entre sus dientes.
«¿Cómo puede ser, que ha pasado? Dos horas cegando el pozo, echando tierra encima de ese malaje y ahora sale como si nada, colgado de la boca de un burro».
El animal, que era menos bestia que su amo, en lugar de dejarse enterrar, fue sacudiéndose la tierra que le caía sobre el lomo y así, palada a palada, centímetro a centímetro, logró llegar a la superficie, sobre la tierra destinada a enterrarlo, pero, como era un pobre burro y no un pobre hombre, no se olvidó del que lo había martirizado y al esfuerzo por sacudirse la tierra y ascender sobre ella, sumó el de arrastrar al hortelano, cogiéndolo del cinturón entre sus dientes.
Al llegar arriba se sacudió la última palada, salió de la boca del pozo y con cuidado, casi con mimo, arrastró al hortelano hasta la sombra de un árbol, moviendo el rabo cerca de su cara, para facilitarle la respiración… Y como entretenimiento, pongan nombre al burro y al hortelano canalla.
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