El ataque terrorista de Hamás contra Israel y la respuesta que ha recibido Palestina, justifica que muchos analistas vuelvan a enarbolar el peligro recurrente de la «tercera guerra mundial». El mundo, por bloques ideológicos, se está posicionando a favor de un pueblo u otro y ... de nuevo, mitad contra mitad, todos se están enseñando los dientes, aunque esto viene a ser una constante en el equilibrado desequilibrio del poder y la hegemonía económica que todos persiguen. Los países se alinean por razones más estratégicas que humanitarias y quizá con la excepción de España, dividida grotescamente desde el propio Gobierno, todos miran por sus intereses, hasta el punto de obviar que el inicio de este conflicto se debe a un acto terrorista. No importa, incluso el terrorismo más execrable tiene aliados que lo justifican.
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La guerra de Rusia contra Ucrania también se anunció como un posible tercer conflicto mundial y finalmente, después de tensar muchas cuerdas, hay cierto sosiego. Los rusos están masacrando a Ucrania, mientras que los demás envían tiritas y aspirinas, porque en estos momentos no hay ningún árbitro internacional capaz de pitar el fin del partido. El conflicto acabará cuando acabe, pero usando como arma pesada una diplomacia que garantice el equilibrio y el suministro de materias que no pueden ponerse en cuestión. Ucrania puede esperar.
A la espera del meteorito, que si llegó puede llegar de nuevo, el mundo se ha asomado en varias ocasiones al precipicio y en una de ellas, hace 61 años, fue salvado por la sensatez de un desconocido que nunca fue propuesto para el Nobel de la Paz: Vasili Aleksándrovich Arjipov, el 27 de octubre de 1962.
Durante la crisis de los misiles de Cuba, un grupo de destructores de la armada de EE UU localizó al submarino soviético Foxtrot B-59, fuertemente equipado con armas nucleares. Tras los avisos pertinentes, ordenando al submarino a emerger, comenzaron a lanzar cargas de profundidad para forzarlo, lo que deterioró el sistema eléctrico e hizo que subiera la temperatura hasta el límite. El sumergible, sin poder comunicar su situación al mando soviético, quedaba a expensas de sus propias determinaciones.
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El capitán del submarino, Valentín Grigórievich, interpretó que la guerra había comenzado y dispuesto a inmolarse, ordenó preparar el lanzamiento de los misiles nucleares, pero a dos segundos lo detuvo porque era necesario el consenso de los tres oficiales mayores. Lo secundó el tercero de abordo, Iván Semiónovich, pero se opuso Vasili A. Arjipov, argumentando a sus compañeros sobre las consecuencias que se derivarían del lanzamiento de los misiles nucleares contra la armada de los EE UU: «Estamos incomunicados y un error por nuestra parte puede ser el detonante de una catástrofe para la humanidad, con millones de muertos».
En aquella tensa situación, donde las decisiones tenían que tomarse sobre la marcha, Arjipov mantuvo su criterio, por lo que el disparo de los misiles, al no haber unanimidad, tuvo que detenerse dos segundos antes del primer lanzamiento. Preguntado después el comandante de la flota norteamericana sobre la respuesta que habría dado, no tuvo ninguna duda: «Estábamos preparados y hubiéramos respondido con toda la potencia de nuestro arsenal nuclear».
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Arjipov murió en 1998 sin recibir un solo testimonio de reconocimiento por su negativa a iniciar una guerra que, esa sí, hubiera sido la tercera mundial. Pero durante la conferencia conmemorativa del 40 aniversario de la crisis de los misiles de Cuba, Robert McNamara, secretario de Defensa de los EE UU, reconoció la proeza de Arjipov y admitió que si el submarino soviético hubiera lanzado el misil, la respuesta de los EE UU estaba tomada y la guerra nuclear se habría hecho realidad. Por dos segundos, el día más peligroso dejó de serlo.
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