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«Tomad y comed todos de él, porque no tiene carne». Este eslogan publicitario de una célebre cadena de comida rápida, acompañado de la imagen de una hamburguesa vegana, desató la pasada Semana Santa reacciones de enfado e indignación, y amenazas de boicot, entre muchos ... creyentes católicos, hartos de las burlas habituales a que sus creencias se ven sometidas.
Ciertamente llueve sobre mojado. Desde la procesión del santo chumino, a la obra 'artística' realizada con ostias consagradas, hay motivos de sobra para la queja y el combate cultural. Todavía hoy no faltan opinadores que asocian las procesiones con la 'oscurantista' historia de España y que exhiben su decepción por la masiva asistencia pública de la semana pasada.
Pero, sinceramente, no creo que sea el caso. No tiene sentido que una cadena de hamburguesas juegue a ofender, y menos en un momento de especial sensibilidad colectiva. Lo que aquí aflora es otro problema: el del vaciado de una cultura religiosa que le suena a todo el mundo, pero que sólo una parte entiende ya. 'Tomad y comed todos de él' no es una frase más, es el núcleo mismo de la celebración eucarística, a su vez uno de los elementos cruciales que distinguen a católicos de protestantes. Es una frase 'sagrada', por tanto, pero en nuestro mundo de vértigo y renovación permanente sólo algunos perciben las resonancias profundas de la tradición.
Hoy lo único 'sagrado' para muchos son las creencias de moda, que son intocables e indiscutibles. La fuerza del dogma, mal entendido además, parece ser lo único que interesa de la vieja religión a las nuevas religiones políticas.
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