Cuando los vehículos no eran tan molestos por ser un 'bien escaso' y el asfalto se entendía como un territorio común, los más pequeños de la casa encontraban a pie de calle el principal escenario para el ocio y la diversión.
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Eran otros tiempos, evidentemente, ... pero aún recuerdo las calles de Oteruelo de la Valdoncina, a un palmo de distancia de León capital, marcadas por la alocada tiza en manos de los más pequeños del pueblo (barriada, en realidad).
Allí, en plena calle, se pintaba el asfalto con la impunidad de la época y con los atrevidos trazos del 'jovenzuelo' o 'jovenzuela' de turno se jugaba a 'tres en raya', se saltaba en la 'rayuela' o simplemente se marcaba un circuito sobre el que las 'chapas' (unas, maltrechas; otras, tuneadas para la ocasión) avanzaban como podían.
Con la mejor intención, pintar la calle era algo tan cotidiano que nadie le daba la más mínima importancia y todo con la seguridad de que el aprovechamiento sería común y bien entendido hasta que el paso de los días, la repentina lluvia o una idea de juego aún más atractiva que la anterior terminara borrando del mapa todo lo hecho.
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Casi medio siglo después de aquella visión en blanco y negro los ayuntamientos, sus munícipes, han recuperado a su modo la idea de convertir la calle en algo más que un elemento de paso para los vehículos.
Su apuesta tiene mucho de vuelta al pasado y el mensaje va más allá del color que se emplee para exteriorizar la iniciativa: la ciudad, y hoy más que nunca, debe expulsar a una buena parte de los coches que por ella transitan para regresar a manos de los ciudadanos, sus verdaderos usuarios.
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De ahí que peatonalizar las calles y pintarlas de colores no sea un anhelo infantil sino un deseo de prosperidad y una mirada hacia el futuro. La calle, áspera y gris hasta ahora, debe devolver a los convecinos la alegría que con el tiempo les ha robado y les ha borrado de la cara. En la calle hay, puede haber, felicidad.
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Envolver las calles de colores es, simplemente, un regalo a los ciudadanos que sin duda sabrán agradecer más pronto que tarde. El mundo, en color, es mucho más interesante.
Mientras en Valladolid se crea una ciudad para todos en León la mala política, la que todo corroe, sigue enredada en discutir todo con argumentos peregrinos. Sumar es tan complicado que en la política resulta mucho más atractivo el fango y la zancadilla.
Tan pobres son los argumentos que se sostienen en este debate que la realidad desmoraliza: León celebra como último gran hito urbanístico en la ciudad las reformas que se hicieron dos décadas atrás cuando un 'loco' concejal optó por peatonalizar la Plaza de la Catedral o el entorno de San Marcos.
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Desde entonces hasta aquí los hitos urbanos han sido un fracaso sin paliativos, el tranvía en primer término, la creación de un aparcamiento subterráneo en la Plaza de la Inmaculada como segundo fracaso, Ordoño II en tercer extremo con su última remodelación.
Dos décadas y nada ha cambiado, nada ha enriquecido el entorno, ni una idea, ni una aportación, nada, solo desierto... Tan pobres han sido los responsables de esta ciudad que no han tenido ni una buena idea urbanística que regalar a sus convecinos. Qué tristeza de gestión.
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Lo reconozco, qué envidia Valladolid.
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