En el noveno aniversario de que ETA anunciase que dejaba de matar han coincidido en la Seminci de Valladolid dos trabajos cinematográficos imprescindibles para poner luz en las tinieblas en las que el terrorismo ha sumido tantos años a la sociedad vasca: 'Bajo el silencio', ... de Iñaki Arteta, y 'Traidores', de Jon Viar. Ambas exploran tras las tinieblas morales, identitarias, históricas, que han servido de coartada a los terroristas y de pretexto a los que les apoyaron activa o pasivamente. Las tinieblas que convirtieron una cacería al no nacionalista en un conflicto entre dos bandos, a una sociedad libre y democrática en un pozo de represión franquista, a un pobre concejal en un peligroso enemigo del pueblo vasco. Dos valientes inmersiones en la sociedad vasca, en la familia, en la parroquia, en la escuela. Impresionante y conmovedor el careo fraterno entre los Viar padre e hijo.
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El primero que se desligó de ETA después de años de cárcel y apostató del entorno abertzale que le tenía secuestrado política y moralmente. El segundo que tenía pendiente una catarsis con el padre para encontrar respuesta a todos los porqués desde su infancia. 'Traidores' esclarece por qué los traidores a ETA fueron los valientes y los que sucumbieron a su sugestión y su poder, los cobardes. Iñaki Viar desmonta la gran coartada del nacionalismo identitario según la cual todo vástago de familia nacionalista tiene una deuda con su tribu. Un recorrido original y moderno por el drama vasco de la mano de una familia partida por el sectarismo abertzale.
El escáner de la cámara de Arteta ha registrado los recovecos donde se ha camuflado tantos años el colchón social y el burladero de los terroristas. Parroquias, ikastolas, universidad, txokos. Aunque arranca precisamente con una escena reveladora en la que los dos presentadores estrella de la televisión vasca reciben con jolgorio en su programa a Arnaldo Otegi. La misma televisión que acaba de emitir un documental sin dar voz a las víctimas. Estremecedora la frialdad con que el cura de Lemona relativiza el terror de ETA y minusvalora el sufrimiento de las víctimas. ¿Cómo habrá que recordar a las víctimas de ETA?, se le pregunta ante la cámara. «No sé. ¿Como efectos colaterales?», dice con naturalidad.
En Irún, la localidad donde la banda dejó más víctimas que en ningún otro lugar del País Vasco, una pareja que por su edad ha vivido todo el ciclo de muerte reconoce que sin ETA ahora se vive bien. «Pero cuando estaba ETA también, eh», puntualizan. «No se metían prácticamente con nadie y si hizo algo sería porque los otros también hicieron algo». Urkullu debería ir al cine. Imprescindibles para entender por qué ETA ha durado 40 años y por qué miran para otro lado los que ya miraron cuando la banda mataba y secuestraba.
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