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Aquién no le gustaría que el salario mínimo subiera a 1.200 euros al mes como se está planteando? La mayor parte de quienes trabajamos, o estamos cobrando el SMI, o tenemos un hermano, un amigo o alguien cercano en esa situación, por lo que ... cualquier incremento en este sentido supone una buena noticia. Defender lo contrario implica siempre la legítima contestación de quienes viven de cerca la precariedad laboral y ven muy difícil lograr un aumento por la lógica del mercado. Sin embargo, cabe hacerse una sola pregunta para entender lo que puede ocurrir y de hecho ya está ocurriendo: ¿Por qué en vez de 1.200 no aspiramos a 3.000 euros mensuales, por ejemplo?
En esa espiral política irresponsable y populista a la que asistimos en España, eso supondría pasar de una buena a una extraordinaria noticia para los trabajadores peor pagados, ¿verdad? Y sin embargo, ya disponemos de algunos datos que muestran que es precisamente a estos trabajadores a quienes más ha impactado el último incremento del SMI en términos negativos. Lo ha reconocido el propio secretario de Estado de la Seguridad Social, Octavio Granado, quien en un juego de palabras impropio de su figura ha calificado de «éxito» la medida, al tiempo que advertía de los problemas que ha generado en los sectores más vulnerables, como el doméstico o el agrícola.
¿Cómo es posible que el cuento de final feliz no ofrezca la tierra prometida? Basta con comprender que, aunque Mercadona, Carrefour, Zara o Primark, se lleven la fama, los que cardan la lana en España son pequeños negocios de pocos empleados, a menudo familiares, que nacen como una forma de autoempleo, buscan crecimientos en tiempos de prosperidad y ajustan sus costes en momentos de crisis.
En este contexto, a nadie puede extrañarle que una subida del coste salarial del 22% haya derivado, por ejemplo, en un aumento del desempleo entre los jóvenes de 25 años en el último año, que ya representan más del 8% de todos los parados, o que muchos inmigrantes y personal de servicio doméstico haya tenido que recurrir a la economía sumergida ante la imposibilidad de que sus empleadores les puedan hacer un contrato. No parece que la mejor forma de luchar contra el desempleo entre quienes más ayuda necesitan para incorporarse al mercado laboral sea construyendo nuevas barreras de entrada. Cuidémonos de quienes prometen el paraíso porque la tierra prometida puede transformarse en la tierra envenenada.
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