Tiempo de descuento para las cigarras
El avisador ·
«Muerto agosto, las fiestas septembrinas de Valladolid, como las de tantos otros lugares de España, prolongan una semana más el desembarco en la realidad»El avisador ·
«Muerto agosto, las fiestas septembrinas de Valladolid, como las de tantos otros lugares de España, prolongan una semana más el desembarco en la realidad»De repente, el último verano. No el de la descontrolada y quebradiza Elizabeth Taylor, sino el último verano de los españoles. Por no decir de los europeos de este lado del nuevo telón de acero. El carpe diem de agosto, estirado más allá de los ... límites del calendario. Como si no hubiera un mañana más allá de septiembre. La conciencia de que después de la interminable sucesión de crisis desde 2008 (catorce años ya) la única solución es no pensar en ello. Y entregarse al carpe diem. Disfrutar cuanto se pueda de la fiesta del presente. Mañana Dios dirá.
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Así es como apuramos el verano. Celebrando la vida. Y como lo alargamos todo lo que nos es dado poderlo alargar. Muerto agosto, las fiestas septembrinas de Valladolid, como las de tantos otros lugares de España, prolongan una semana más el desembarco en la realidad. Merece la pena dilatarlo, incluso aunque los pinchos de las casetas estén a 3,20, amagando el fin de fiesta antes de empezar. «¡Y yo que culpa tengo!», que dice uno de los temas más conocidos del gran Miguel Poveda, que canta el lunes en la Plaza Mayor. Pues eso: paraguas de colores techando las calles del centro. Manteniendo el chaparrón en la lontananza.
Las cifras del frenesí veraniego no se conocían desde hacía tiempo. Incendios pavorosos, pero playas y terrazas llenas. En España, el agosto con menos parados precisamente desde 2008. Pero en Castilla y León, la mayor subida del desempleo en este mismo mes en cuatro años. La secular tendencia de los castellanos y leoneses para mirar el mundo desde la posición de las hormigas, en lugar de fijarse en la dolce vita de las cigarras, que se afanan en apurar este tiempo de descuento. Nada ha conseguido frenar ni la inflación ni los costes de la energía, y al verano incendiado le sucederá un otoño ardiente. Porque la liebre de la subida de los combustibles sigue muy por delante de la tortuga de las medidas del Gobierno. No han salido las cuentas en los depósitos de los coches viajeros y no saldrán en las de las calefacciones. Pero eso no será hoy, sino mañana. «No tienes que darme cuentas. / A ciegas yo te he creío. / Yo voy por el mundo a tientas / desde que te he conocío»: volvemos a Poveda.
Claro, que hay cosas peores. Como lo de Argentina, que ha elevado a la enésima potencia la capacidad de este país milagroso para jugar a la ruleta rusa consigo mismo. La sexta bala, que es la que faltaba en la pistola del joven brasileño que quiso atentar contra la vicepresidenta Fernández de Kirchner. Un espanto. «Si la tocan a Cristina, ¡qué quilombo se va a armar!» Y se ha armado. Y con tanto quilombo, ¿sabremos alguna vez cuántos de esos 24.000 millones de dólares que se embolsó el amigo Lázaro Báez irán destinados finalmente a la familia presidencial? No llores por mí, Argentina, que diría la otra Evita. El futuro lo dirá.
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«Me interesa mucho el futuro, porque es el sitio donde voy a pasar el resto de mi vida», dejó dicho Woody Allen. Pero el futuro que nos interesa, al menos situados en este sábado 3 de septiembre de 2022, es el futuro inmediato de las fiestas. Las fiestas del último verano. Que nada nos lo enturbie. Ni siquiera la imagen del rostro de hierro, la mueca impenetrable de Vladímir Putin ante la imagen del cuerpo presente de Gorbachov. Un poema visual del quilombo mundial en el que andamos. «Sé prudente, filtra el vino / y adapta al breve espacio de tu vida / una esperanza larga. / Mientras hablamos, huye el tiempo envidioso. / Vive el día de hoy. Captúralo». Eso, claro, no lo canta Poveda, sino Horacio.
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