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El tren llegaba a las doce a Haydeville, el lugar donde Gary Cooper, un viejo sheriff, acababa de casarse con una bellísima Grace Kelly. Un bandido se acerca para matarle. A las 12. En otra película, es Glenn Ford el que ha de coger el ... tren de las 3:10 hacia la prisión de Yuma mientras sus compinches intentan impedirlo. Obras maestras del cine que van desgranando los minutos, minutos que el espectador cuenta con auténtica ansiedad. Algo semejante ha pasado con el llamado coronavirus, este virus mutante de la gripe, desde que en China se detectaron los primeros casos. ¿Cuánto tardaría en llegar y, cuando lo haga, será capaz Gary Cooper de solventar el peligro? Esta vez, el director no ha colocado la cámara en el destino, donde aguarda el héroe, sino dentro del tren que transporta al villano. Hemos visto cómo el virus se ha ido acercando poco a poco, día a día, cómo ocupaba lugares del mapa. La última estación fue Italia, la Lombardía, la hermosa Milán de Leonardo. Y España.
Todos expectantes. Todo ha desaparecido, ni siquiera se habla de la mesa de diálogo que han montado entre nacionalistas y PSOE, cómo estará la cosa. Nada interesa más que un buen Apocalipsis, una ola devastadora que arrase el mundo en directo, con el minuto a minuto en las televisiones. Anibal yendo hacia Roma rodeado de corresponsales, dando el día a día, cien contagiados, dos muertos, un médico roba mascarillas, huyen los Erasmus... Interesa tanto el Apocalipsis que casi se diría que lo deseamos, que aguardamos impacientes el desastre final. No sé, a lo mejor es aquello de Freud y la muerte, ese oscuro deseo.
El ébola, las vacas locas, la gripe del pollo, trenes que amenazan con llegar a las estaciones en las que, indefensos, aguardamos. Gary Cooper sin Grace Kelly. Epidemias, pandemias, mutaciones que muchas veces vienen del Este, nuestro enemigo secular. Troya fue una guerra del este contra el oeste. Ahí, dice Herodoto, nació la enemistad. Este coronavirus no nos matará, creo, y habrá que seguir esperando al tren de mediodía en el que llegue el bandido final. Soñamos más con la muerte que con la vida
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