En la calle Cascajares, a pocos metros de la catedral, pegada a la Taberna de la Cárcava, estuvo hasta hace unos años la librería más pequeña de Valladolid. Se llamaba Alkitabia según un rótulo laberíntico colgado a la entrada. Emilio Cimas, el señor de los ... libros, de agradable y educada conversación, guardaba cierto parecido con el cantante Joe Cocker, aunque entrado en kilos. Hace tiempo que no se le ve. Pasaba los veranos en la Rondilla sin salir del barrio. Era su Riviera natural. Por lo demás, ya fuera primavera o invierno, resultaba difícil entablar una conversación discreta en su mínima librería. Aquel día estaba inquieto. Me había llamado por teléfono.
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Emilio, acostumbrado a las estrecheces, se dio la vuelta con agilidad y alcanzó en lo alto de la estantería un pañuelo verde que envolvía algo semejante a un ladrillo galletero. Por la forma en que lo sujetó era evidente que pesaba poco. Todas las arrugas del mundo se encontraban en aquel conjunto de cuadernos, libritos y recortes de periódico pegados unos a otros, que el agua de un trastero inundado había convertido en un mazacote de papel. Apenas se leía algún párrafo suelto. Disponer de unos textos ocultos y no poder transcribirlos era el colmo de la curiosidad. El librero había intentado separar el papel con una pequeña espátula pero solo conseguía romperlo. Con paciencia y pulcritud de movimientos aparecieron las primeras palabras y frases completas.
El mazacote comenzaba a balbucear. Y nosotros a recuperar palabras y frases que rápidamente copiaba en una libreta. Al principio sin mucho sentido: «Hay dos entidades históricas y culturales, (ilegible) … siglo X Castilla dependía políticamente de León, (ilegible) diferente, otro pueblo, otra cultura, otra organización social». En una nueva página, sin poder asegurar que se tratara del mismo documento, se leía con dificultad: «El reino de León (ilegible) continuador de la monarquía visigoda, (ilegible) Toledo imperial. Un estado vertical, una sociedad (ilegible). Ordenada de arriba abajo». Más adelante, otro párrafo recuperado venía a decir: «El pueblo castellano, (ilegible) pequeños propietarios libres, (Ilegible) integraba una sociedad horizontal, igualitaria y abierta, y por ello, mucho más fecunda».
Enseguida comprobamos que aquellas líneas y otras que descubriríamos más adelante trataban a contracorriente y de manera apasionada del proceso preautonómico de Castilla y León a finales de los años 70 del pasado siglo. Lo hacían desde la perspectiva de quienes trabajaban para que Castilla y León, dos regiones distintas, transitaran por caminos separados. Ni entonces ni ahora, aquel era el criterio político dominante, pero sí la causa de una polémica recurrente que amaga con volver. León sin Castilla. Otro bucle melancólico del que echar mano cuando las cosas no van bien.
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Emilio continuó despegando papel y leyendo con mucha dificultad. De repente surgió un texto con una frase que alumbraba el objeto y el propósito de aquella colección de documentos: «Los castellanos saludamos fraternalmente los movimientos regionalistas leoneses, que justamente reivindican la personalidad diferenciada del pueblo leonés y ofrecerles nuestra solidaridad». Vaya. Esto sí es infrecuente, pero lo interesante de este texto no es solo lo que dice sino su manera. Propia de los aparatichis de los partidos políticos. Casi una jerga que pretende hacer efectivas, es decir, ordenar sin contemplaciones, las consignas fijadas en su argumentario. Nunca fueron, salvo excepciones desconocidas, paradigmas literarios. Más adelante pudo rescatarse otro texto completo: «Estimamos que hay una región leonesa y una región castellana que son dos entidades históricas y culturales, dos comunidades regionales diferenciadas. Su concreta delimitación y la ordenación de sus relaciones son cuestiones que competen al pueblo leonés y castellano».
Y por si fuera insuficiente la autoestima que destilaban algunos párrafos anteriores, Emilio me dictó este mientras lo leía despacio: «Los castellanos son un pueblo inquieto y rebelde, una fuerza histórica renovadora del conservadurismo del reino leonés». Levantamos la cabeza, observamos con admiración el destripado mazacote, y coincidimos en que aquellos documentos, contenían las tesis de Castilla para no mezclarse con León. Una selección de textos, todos con el mismo afán, escritos entre 1976 y 1979, incluso antes, que deberían servir de bases para argumentar, en pleno proceso preautonómico, la necesidad de que Castilla fuera una comunidad autónoma desde Santander y Logroño hasta Chinchón y las Alcarrias. «Castilla como necesidad», escribía con otros el sociólogo Demetrio Casado.
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Emilio raspaba y soplaba. Aparecieron a la vista nuevos trozos de papel de los que se dedujo que, al menos, un librito de pasta negra se había publicado en Valladolid. En su solapa aparecía el nombre de la imprenta: Gráficas Lafalpoo, en la calle Vega. El resto era ilegible. Algo parecido podría apuntarse de otro opúsculo de pastas rojas con parte del título y año de publicación. «…Una nueva frontera de Castilla». Segovia 1970.
Cuando por la noche releí la agenda con los apuntes sobre lo escrito y legible, comprobé que los argumentos que se utilizaban no eran de carácter económico o social, sino históricos. Y con una indisimulada pretensión revisionista: «Los que reivindican la Castilla de los Reyes Católicos olvidan la auténtica. Las leyes que en nombre de Castilla se dieron para dominar otros reinos nunca fueron castellanas sino leyes de la corte radicada físicamente en el viejo reino». No era así como por entonces se había aprendido la historia. Otro texto, había varios en el mismo sentido: «Con la unidad de Castilla y León en tiempos de Fernando III, y posteriormente de España aparece el anticastellanismo histórico, que rompe con lo verdaderamente autóctono, con las Comunidades y sus hombres libres».
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La puerta de la librería rozaba el suelo y al abrirla sonaron con estrépito sus cuatro cristales. Dimos un respingo. Inés, una musicóloga y cliente habitual, al ver el mamotreto rodeado de virutas de papel, y a nosotros tan concentrados, exclamó: «¿Pero es que no podéis dejar de hacer el nabo por una vez?». Inés venía a interesarse por un viejo tratado de música relacionado con Tomás Luis de Victoria. Había encargado a Emilio su búsqueda y captura. Esa era otra de sus habilidades. Detective de libros.
Aquel oscuro ladrillo desapareció en algún contenedor mucho antes de que la librería se traspasara y Juanjo, el de la Cárcava, la usara de almacén. De las hojas arrugadas y en gran parte ilegibles no quedó nada excepto el recuerdo y una libreta con apuntes. Como cualquier transcripción pudo estar mediada por la subjetividad de quien la hizo. De modo que todo lo que aquí se revela pudo suceder tal como se cuenta y detalla. O no. También podría haber sido inventado en parte o recreado en su totalidad. Y, pese a ello, ser verdad.
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