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La EBAU es ya un género periodístico que nos ocupa todo el año. Después de varias temporadas de banquillo, en otoño llega la generación de chicos y chicas que protagonizarán las noticias EBAU. Este curso no va de aprender, sino de superar la puñetera prueba, ... esa es su única brújula. Los políticos, en vez de ayudar, enredan todo lo que pueden. Se supone que quieren hacer bien las cosas, pero para ello están dispuestos a tomar el camino de en medio, aunque pueda agravarse lo que ellos mismos critican, la desigualdad de exigencia entre comunidades. Suena fenomenal que tengan en cuenta las faltas de ortografía o que les pregunten por la mayor parte del temario. Pero esos argumentos solo nos dejarán satisfechos a los que contemplamos cómodamente el espectáculo. Porque, o tienen un as en la manga, o no es aceptable creer que vayan a arrojar a sus propios jóvenes a la prueba en inferioridad de condiciones –más aún– respecto a otras regiones, solo por presumir de ser los más listos del patio.
Pensemos que es así, que es una jugada de tahúr. Pero ¿qué pensarán los chicos de segundo de Bachillerato cuando escuchan a sus representantes políticos sacar pecho con esa mayor dificultad de la prueba, por muy ejemplar que sea? Puede que no sigan demasiado los medios de comunicación, aunque las noticias malas se cuelan de forma endiablada hasta en el Tiktok. La EBAU es incansable, peor que una serie de sobremesa: que si en otras comunidades con saber el nombre de las carabelas de Colón te ponen un diez, que si nos quitan las plazas en Medicina, que si en Pisa van fatal y luego les ponen matrícula, en fin. Después de Navidad, las entregas se van intensificando, y no digamos tras Semana Santa: el horror. ¿Que no hay noticias? Pues te vas a una biblioteca a preguntar a los chicos si están agobiados. Consejos de psicólogos, de nutricionistas, de los veteranos con los mejores expedientes del año anterior, que logran «estudiar, tocar el piano, salir con los amigos y hacer deporte». No es solo comprender la materia, ojalá. Lo duro es convertirse en ese Mazinger Zeta que se les exige, al ritmo de «Te juegas tu futuro».
Pues no, amigo, el futuro no se juega a una carta, ni siquiera a una partida. El futuro dependerá de muchas cosas, de muchísimas, sobre todo de que salgas lo menos tocado de un proceso que se parece bastante a una clasificadora de calibres de patatas: tú para el carril 10, tú para el 7, tú para el 5, tú al destrío. Lo que significan esas marcas a lo largo de la vida profesional no es mucho, pero atormentan a los chavales. Pelearán por unas décimas que solo son necesarias para muy, muy pocas carreras, que igual ni les gustan; aunque da igual, porque van como caballos con orejeras, en competencia feroz. Demasiado aguantan, y poco me parece que se manifiesten para conseguir información sobre la próxima EBAU: lo normal es que nos corrieran a gorrazos.
Esta peculiar caza del zorro anual choca más hoy, cuando vivimos casi en un supermercado de educación superior. Nunca antes hubo tantas universidades públicas y privadas, tantos centros de formación profesional públicos y privados, cuyo principal límite de acceso, más que la nota, es el dinero, sea para costear la matrícula o, sobre todo, la residencia. La formación es hoy el gran negocio, las privadas proliferan sin problemas y rápidamente, porque nadie les pide, por ejemplo, que creen una sección en Cuéllar, si están tan cómodas en el centro de Segovia. Y respecto a las públicas, donde los políticos pueden hincar el diente, es más fácil prometer una facultad que promover, por ejemplo, industrias tecnológicas con alto valor añadido. El tema del prestigio, de la investigación seria y profunda, de garantizar prácticas en empresa con nivel… en fin, de pintar algo en el mapa, eso ya para luego. Para luego de las siguientes elecciones.
No parece que la falta de formación sea el problema de esta tierra. En Portugal, primos hermanos nuestros en exportación de jóvenes bien formados, ya hablan de rebajarles impuestos para lograr que se queden, y con ellos la inversión que supone formarles. Porque esa es la segunda parte de la película, que deja muy pequeña al calvario anual de la EBAU.
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