Ical
Vidas breves

Tales y los presupuestos

El ruido político parece un entretenimiento para alimentar el debate público y la lucha por el poder. Un simulacro, lo mismo que el PowerPoint que nos vendieron con el anteproyecto de presupuestos para 2025

Lunes, 6 de enero 2025, 08:12

Tales de Mileto estuvo años pensando en nada. Esta ocupación no era relajante; por el contrario, al extraordinario pensador griego -o turco, si nos atenemos a la geografía actual- le resultaba difícil entender cómo podía existir una cosa que no era ninguna cosa. De hecho, ... la nada no puede existir si nadie piensa en ella, así que él mismo era en parte la nada. Tales miraba una pirámide y descubría un teorema, observaba un cuenco con agua y elaboraba una ley física. Todo eso lo hacía en sandalias y cubierto por una túnica, sin lápiz siquiera. Echando horas, básicamente, un tanto ajeno a los rigores de la naturaleza y las necesidades de su cuerpo: y de hecho, se dice que murió de una insolación, pensando a saber en qué cosas. Leyendo el periódico he pensado en Tales, y es ahora, en ese móvil que nos consume a todos un poco, donde he sabido que él fue algo más que el padre del teorema que aprendí a replicar una y otra vez en mis años, escasos, de formación matemática. Un solo cambio de profesora en el segundo trimestre me condujo del sobresaliente a una hermosa calabaza. Y ahí me quedé, en la nada numérica, como Tales, bueno, casi.

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Pensaba en la nada cuando estos días se confirmaba que los presupuestos, los de Mañueco y los de Sánchez, se prorrogan. No ha habido revueltas populares ante esta noticia: si hay algo castellano es el que me quede como estoy, que malo será que no pasemos otro invierno con el mismo abrigo. Pocos se entretienen interpretando un presupuesto. Las pocas reglas inmutables que mueven el planeta se escriben con cifras, pero se nos hacen bola, y confundimos dos hectáreas con doscientas, y hay que traducirlas a campos de fútbol para hacerse una idea. Con el dinero pasa igual, a partir del millón necesitamos que nos muestren un atajo. El primer presupuesto de nuestra comunidad autónoma, allá por febrero de 1983, fue de 3.000 millones, y el último, el que repetiremos este año, de 14.562 millones. A ojo, se ve que ha subido, y más si se tiene en cuenta que los primeros millones eran de pesetas. Llevados a euros, fueron apenas 18 los millones que acompañaron en aquella primera legislatura a Demetrio Madrid. Calderilla, ni para rascar una esquina de esos 5.600, euro arriba o abajo, que debemos cada uno de los castellanos y de los leoneses por la deuda acumulada, eso sí, por debajo de la media nacional, que en el informe Pisa vamos por arriba de la media y en la deuda por abajo, que conste. Aunque ya se sabe que son los ricos los que más créditos arrastran, porque hasta en números rojos improvisan de lujo.

En el preámbulo de aquella primera Ley de las cuentas autonómicas se señalaba que «el presupuesto es la expresión numérica de toda nuestra actuación en los campos que nos competen». Una definición perfectamente matemática. Puede que la repetición presupuestaria, que últimamente se está convirtiendo en costumbre, sea la 'expresión numérica' del momento que vivimos, en el que la probabilidad de gobernar en solitario es pequeñísima y de entenderse ni se contempla, ni en la política, ni en la calle. Si los únicos presupuestos posibles ya están inventados y alicatados hasta el techo, la trifulca política se queda en la nada, no en la nada metafísica de Tales de Mileto, sino en la nada mesetaria, que trata de explicar cada jueves Fernández Carriedo, con flema británica.

Pero, si la administración funciona aun en estas circunstancias, ¿no serán los funcionarios los que están a los mandos? Con todos los fallos, misteriosamente los motores siguen adelante. El ruido político parece un entretenimiento para alimentar el debate público y la lucha por el poder. Un simulacro, lo mismo que el PowerPoint que nos vendieron con el anteproyecto de presupuestos para 2025, ¿quién se acuerda ya de si se iban a dedicar unos milloncejos a esto o a lo otro? La música siempre suena igual: los impuestos más bajos, los mejores servicios. Aunque nos escueza pagar un céntimo más por el pan y el paracetamol, en los números largos nos perdemos.

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