En el apeadero de Segovia-Guiomar un lunes como hoy aguardamos en el andén cerca de treinta pasajeros camino de Valladolid. Hay silencio, porque acaba de salir el tren a Madrid, que quintuplica el número de viajeros. La mayoría no ha cumplido los cuarenta, llevan ... lo justo para pasar el día, una mochila, un bolso cruzado, un maletín con el almuerzo. Son trabajadores y estudiantes. En poco más de media hora los trenes escupirán a los pasajeros. Unos aparecemos en la estación Campo Grande, y apretamos el paso hasta Gamazo, o corremos a la parada para pillar la línea 1. Los que van a Madrid emergen en Chamartín, y en pocos segundos forman parte de la catarata de gentes que engulle el metro, y dormitarán repasando con desgana el móvil, si tienen suerte y pillan asiento. A primera hora en el autobús o en el metro, salvo algún bocachancla, nadie habla. En ese espacio acotado, eres vallisoletano en Valladolid y madrileño en Madrid, da igual, todos compartimos las mismas reglas. A lo mejor los segovianos vamos pensando que el viernes es San Frutos, y que seguiremos ocupando la misma plaza en el tren. Pero no es cuestión de sacar la pancarta y pedir que respeten nuestro día, tampoco tenemos tanto en común: ni siquiera nos damos los buenos días. La tradición nos recuerda a algo, aunque no sabemos muy bien a qué.
Publicidad
Hace un par de domingos recorrió el centro de Segovia una procesión inédita, organizada por la Hermandad del Rocío, creada hace pocos años en la ciudad. Llevaban los elementos típicos: cetros, cordones con medallas, peinetas y mantillas las mujeres. Los símbolos de la tradición, con la única diferencia de que aquí hasta hace poco no existía esa tradición. Las advocaciones marianas son casi infinitas, aunque la Virgen sea solo una, y entiendo la querencia a una concreta, que normalmente suele ser la de tu tierra. Pero todo eso está cambiando, y a nadie le extraña que en muchos pueblos de esa Castilla que se supone recia y adusta hoy se celebre con entusiasmo la feria de abril. Todo suena típico y, sin embargo, rompe de raíz lo que hasta ahora se consideraba tradicional, lo heredado de tus antepasados. En ese sentido, son innovación; para algunos también mercado, o moda, y observan el fenómeno con desdén. El hecho es que crecen, al margen de la propia Iglesia, que acepta con reservas el progresivo laicismo de las cofradías, y también al margen de cualquier otra entidad, pese a que los ayuntamientos siempre estén ávidos de institucionalizar cualquier festejo. Si no hay cura, al menos que un concejal lo bendiga, que todos los votos son de Dios.
Todo esto me hace pensar en la inutilidad absoluta de las campañas para insuflar sentimiento autonómico, que han cumplido ya cuarenta años sin avances aparentes. Sencillamente, a la gente, a mucha gente, no le da la gana, le aburre el tema o lo que sea: si no, ya se habrían encargado un jubón y un manteo, en vez de un traje de faralaes o de dama de corte para el mercado medieval. No es culpa de los que honradamente –o hasta interesadamente, por qué no decirlo–, han tratado de imaginar un sentimiento nuevo que uniera nuestros territorios, los de Castilla y de León. Da igual que prometan el mayor presupuesto para León o la mayor inversión per cápita para Soria o Palencia, ya que siempre quedarán obras y agravios pendientes. Son números, y la identidad pertenece a otro departamento.
Eso lo entienden bien en tantos pueblos que echan la casa por la ventana en las fiestas, y luego el resto del año «ajo y agua». Lo llaman pan y circo, pero hasta una persona como yo –que ni baila, ni canta, ni es cofrade, ni peñista– comprende que el festejo es el mayor pegamento colectivo que tenemos, sea desfile, procesión o feria de la cerveza. Es algo que está dentro y que brota hacia fuera, un sentimiento que la música y los estandartes elevan, y que si se comparte es tan simple como poderoso, por lo que conviene estar atento a quién maneja los hilos. Porque a la vuelta de la catarsis todos regresamos a la procesión real, a nuestro tren, a nuestro trabajo, y ahí tanto da que seas segoviano, talaverano u hondureño.
0,99€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.