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A un joven poeta le preguntó su madre por sus ideas políticas, que si era de izquierdas o de derechas. «Le respondí que apreciaba por encima de todo las naranjas, a condición de comerme la pulpa y prescindir de las mondas». De Heinrich Heine dicen ... que fue el último poeta romántico, porque se dedicó a enterrar el género. Con su parábola de la naranja, podríamos pensar que Heine era un cínico, el típico 'pantalones grises', dispuesto a arrimarse al sol que más calienta. Pero no sabemos si fue mejor o peor persona que otros coetáneos que se devanaron los sesos escribiendo sobre la pureza de sus ideales. Una cosa son las frutas, es decir, los hechos, y otra la retórica.
Cuelgamuros, o el Valle de los Caídos, obviamente no es naranja, sino una mole gris de granito. Lo he visitado dos veces. En la primera -de adolescente, con mis padres- un par de falangistas escoltaban la lápida. La segunda vez fue un año antes de la exhumación, y había un vigilante profesional, como en el resto de espacios de Patrimonio Nacional. Las dos visitas fueron en pleno verano, la explanada ardía al sol mientras que dentro del túnel era invierno, como en el jardín del gigante egoísta. Dimensiones desproporcionadas, figuras con los ojos vacíos, humedad. Es difícil no percibir el dolor y la asfixia suspendidos en un espacio imposible de ventilar. Hasta la cruz de dimensiones salvajes, que se ve cuando de vuelta desde Madrid coges el túnel de Guadarrama, parece un brazo que pide ayuda, engullido por los pinos. Hay mucha desolación allí, y es difícil vestirla de heroísmo. Una naranja es una naranja, seas de izquierdas o de derechas. Estoy convencida de que, si se redujera a escombros, las ruinas tendrían aún mayor valor simbólico para los nostálgicos del franquismo. Tiene que estar ahí para recordarnos que la fraternidad, que sustenta todos los derechos humanos, es muy frágil.
Yo me pregunto qué hubiera hecho con un grupo de adolescentes -la mayoría menores de edad, por cierto, con derecho a cierta protección, hasta de sus propios sus errores- si en una excursión se ponen a entonar el Cara al sol. Mandarles callar, o puede que ignorarles, porque a esas edades les divierte el desafío de llevar la contraria. Animarlos no, desde luego, no procede. Ese es el único punto que hay que aclarar del día en cuestión, y ya están tardando. Las ideologías se reparten entre el profesorado como entre el resto de profesiones, aunque si das Historia tienes más oportunidades de que se te note que si das, por ejemplo, Matemáticas. En una democracia, alguna idea propia podrán tener los profesores, aunque sean descabelladas. Inocularlas en las mentes de sus pupilos, salvo que el terreno esté abonado, no es tan fácil. Por el contrario, sí pueden hacer un gran trabajo a favor del diálogo entre los propios alumnos, para que se enfrenten a los límites y contradicciones de cualquier ideología. ¡Un aula debatiendo, hasta ahí podíamos llegar! Si no nos cabe el temario…
Cabe preguntarse qué van a aprender de este asunto los propios alumnos implicados. Los que jalearon puede que se avergüencen, pero lo mismo hacen piña y se creen héroes o delirios parecidos. Los otros se sentirán momentáneamente respaldados, pero convertirse en paladines permanentes de la causa será una carga muy pesada. Unos y otros no son enemigos, no olvidemos, son compañeros de clase. No deberían ser engullidos por una noticia que durará poco en los medios, y demasiado tiempo en los pasillos de un instituto.
Al final, hay que ceñirse a la naranja, a los hechos. Porque si lo que está sobre la mesa son los sentimientos, un día se acaba el mundo por un himno mal aprendido, otro por una estampita estúpida y al otro por agitar la escobilla del váter sobre un descapotable. Y es una frivolidad vivir escandalizado por las mondas de la naranja, mientras unos pocos hacen zumo con las naranjas de todos los demás. Para los profesores, queda de nuevo confirmado que las excursiones las carga el diablo, y es una lástima, porque la vida de estudiante se vuelve mucho más aburrida.
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