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Si lo de León tiene que hacerse que sea ya, sin anestesia. No creo que podamos aguantar mucho tiempo de desgaste, con los partidos intentando sacar tajada del asunto. Imaginemos diez años de tensiones, en las que el regionalismo centrífugo inunde el debate en las ... Cortes, podríamos duplicar ese 44 por ciento de gente que ha dejado de seguir las noticias por hartazgo. Pongámonos manos a la obra. Preguntemos a los habitantes de las nueve provincias si les convence la fórmula actual. No sea que hoy sea León y mañana Burgos, Soria o cualquier otra que por ahora aguanta mecha en silencio. Propongamos nueve autonomías uniprovinciales, con sus parlamentos, sus consejos asesores y su televisión regional, que dicen en Madrid que están dispuestos a estudiarlo.
Aquí se habla mucho de sentimientos y menos de poder. Al PSOE le ha funcionado en otros sitios arañar espacio a cambio de promesas de identidad. Y casi le ha puesto la alfombra Vox, con su torpedeo de Villalar, bandera deshilachada, pero bandera al fin. Y el PP puede valorar que es un buen trampantojo, cuando el meollo del asunto es el dinero, el que nos falta y faltará a la vuelta de la esquina. Dice Mañueco que nos va a bajar unas perrillas en el tramo del IRPF, que suena bien, y tres líneas más abajo añade que la financiación se queda corta. Somos una comunidad muy envejecida y con población desperdigada por el territorio. No cumplimos ni de lejos la ratio de trabajadores y pensionistas, y menos todavía en pocos años, cuando los boomers, Mañueco y yo entre ellos, nos jubilemos. Aunque fuéramos los más prudentes en el gasto y los más listos de la clase, somos muy dependientes de lo que aportan otras comunidades del país, nos guste o no admitirlo.
Las proyecciones auguran que seguirá perdiendo vecinos toda la franja oeste, desde Asturias hasta Extremadura, mientras que se salvarán por los pelos las provincias del ramal que lleva al resto de Europa, con transbordo en Bilbao, porque la economía funciona con reglas poco autonómicas. Es difícil que el sentimiento de agravio de León mejore. Y si damos una patada en el territorio, aquí no se va a mover solo una provincia. También están las otras ocho, aunque solo dos o tres hablen alto.
Si ya es injusto aguantar regímenes forales en un país, pensar en ofrecer distingos dentro de una comunidad tan modesta sería la hecatombe. Además, ¿qué criterio usamos? Si es solo el de ganar población, mi Segovia ya puede ir poniendo el cartel de 'Me vendo' en el límite territorial. Dicen que será la provincia que ganará más vecinos, y no por culpa ni tampoco gracias a Mañueco. Es solo que el dinero puso ahí el ojo, a tiro de piedra de Madrid. Pero ha sido a costa de que muchos nativos se marchasen y se sigan marchando fuera. A cambio, vienen otros a ocupar trabajos para los que se requiere más necesidad que cualificación. Ellos son los nuevos segovianos, y será difícil que estén interesados en sujetar estandartes, están ocupados en ganarse la vida.
La fragmentación no soluciona problemas vitales, pero el agravio agrada. Nos creemos rebeldes, pero somos conformistas. Nos conformamos con echar la culpa al otro, y los políticos juegan la carta de la incongruencia y del enfrentamiento. Los sentimientos no pagan las facturas, pero qué más da. Es como los centros de salud: que estén abiertos, aunque no haya médico dentro.
Hace muchos años fui a escuchar a Julio Llamazares, en una charla organizada en Segovia. Hablaba de su pueblo, Vegamián, que desapareció sumergido por el embalse de Riaño. Sus aguas hoy riegan muchas hectáreas de regadío de maíz, remolachas y alubias, en tierras que durante siglos fueron secanos. La melancolía del escritor por su pueblo perdido era profunda e inalterable, como yo lloro por mi Segovia, engullida por las aguas del turismo. Al final la vida es el territorio de lo posible, aunque muchas veces nos parezca que se equivoca. Solo puedes mejorar las cosas si trabajas dentro de las coordenadas de lo real. Porque si no, la mejor solución es que nos cambien de sitio, que Palencia se cambie por Valencia y Zamora por San Sebastián. Esa justicia geográfica lo arreglaría todo, sin duda.
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