En el mismo mes se fue una ferretería y llegó una franquicia de cafés a la Plaza Mayor. Un negocio no ha suplantado a otro, pero son consecutivos, y no parece casual. Mientras unos se lamentaban en las redes sociales de la desaparición del escaparate abigarrado y precioso de Villanueva, ... otros, y puede que los mismos, hacían cola para probar un café en vaso largo. Cada vez que echa la persiana un comercio tradicional se escuchan los mismos lamentos, aunque de alguna forma todos hayamos participado en su olvido y cierre. Lloramos por nosotros mismos, por la nostalgia de lo que conocimos y no volverá, no solo por la tienda en sí, sino por el mundo de ayer y su permanencia de duralex. A la vez, observamos con estupefacción la eclosión de nuevas franquicias y calculamos, resabiados, cuánto tiempo aguantarán, en un local cuyo alquiler seguro que es más alto que el sueldo de todos sus jóvenes empleados.
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Me acuerdo de un compañero del instituto que había estado de intercambio en Estados Unidos, algo poco frecuente en los ochenta. Contaba que lo que más echaba de menos de aquella etapa era poder comerse una auténtica «hamburguesa americana», no de las que ya empezaban a asomar por los bares de aquí, hechas con panecillos de Viena y un filete ruso bien gordo en el medio. Nuestro único objetivo en la primera excursión a Madrid era asaltar el Wendy's (ni McDonald había) que habían puesto en una esquina de la Puerta del Sol. Como no teníamos móviles ni cámaras, aquella hazaña pasó sin pena ni gloria; en 2024, los clientes somos el principal producto de una firma, al inmortalizar nuestra espera y subirla a BeReal.
Los deseos de ahora no son tan distintos a los de antes, pero sí más breves: en veinte segundos se autodestruirán, como los mensajes del Superagente 86. Cuatro euros es caro para un café, pero en sí no es un precio desorbitado para un deseo, así que puede que lo cumplas esta misma tarde, o un poco más tarde si tienes que esperar a la paga semanal. Una vez cumplido, inmediatamente tomará posiciones un deseo nuevo, que dejará viejo y olvidado al anterior. Hasta el objeto más improbable y sorprendente, como el gofre con forma de nabo, incorpora un implacable mecanismo de obsolescencia, y recién nacido ya asume que solo disfrutará de un minuto de éxito.
La maquinaria de la novedad excita solo a una parte de la población, normalmente la más joven, para la que llegar al viernes es una vida entera. Los que quedan a tomar café o una caña por costumbre, con sus amigos de siempre, lo hacen en la misma cafetería o bar del barrio, lo importante es pasar un rato juntos. Pero esos bares, esas zapaterías o tiendas de siempre, no son noticia. Las aperturas, casi siempre de franquicias, sí lo son, y ocupan un lugar inédito en los medios. Se palpa un cierto entusiasmo en torno al tema, como si con ellas se multiplicaran nuestras posibilidades de elección como ciudadanos, no solo como meros consumidores. Como si, gracias a que nos han elegido, fuéramos una ciudad más importante y moderna.
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Pasa en todas partes, no es nada exclusivo de Valladolid. El modelo parece que funciona, sobre todo a algunos. Si haces turismo, acabas entrando en las mismas tiendas que tienes en tu ciudad. Te compras la misma camiseta, en otro color, pides la misma pizza y hasta la misma tarta de queso de postre. Todo es tan parecido que te sientes como en casa. Estás cómodo, aunque a la vez un poco aburrido. Una nueva apertura puede ser la solución a este vacío. Al menos, hasta la próxima semana.
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