Siempre ha habido puertas cerradas. Las más cerradas son las construcciones herméticas que a pie de carretera anuncian con neones paraísos que esconden infiernos. Al lado de los prostíbulos, la puerta de un cine es algo naif, por mucho que dentro se proyectaran películas X. ... En Segovia solo llegamos a la S y, aun así, las adolescentes de entonces cruzábamos de acera, como si hubiera podido absorbernos el vicio. Sí, por entonces se hablaba mucho del vicio, viciosos ellos, ninfómanas ellas, como si fueran una categoría diferente del resto. En el instituto los chicos hacían bromas sobre si habían visto a aquel profesor o al más salido de COU entrando en el cine Victoria. Con todo, acudir al cine, más tarde cruzar la cortina del reservado del videoclub, o comprar una revista porno en el quiosco exigía un mínimo de socialización. Estabas expuesto al juicio ajeno, pero también a la aceptación de otros, desde el que te atendía hasta otros posibles clientes. En los ochenta, los Mantería y el resto de salas X del mundo estaban sentenciadas, primero por el vídeo y después por el golpe de gracia, internet. La demanda es mayor hoy que entonces y se produce más cine porno que nunca. Pero es todo privado y doméstico. Ni siquiera necesita portar la etiqueta de 'para adultos': cualquiera puede acceder a él, cuando todavía no sabe amar y casi ni desear a nadie.
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Sin años sesenta para quemar sujetadores, las españolas tuvimos que hacer un curso acelerado de liberación sexual, dentro de lo liberada que puede estar una en una materia tan compleja. Recuerdo leer el informe Hite, un compendio de entrevistas realizadas por la escritora Shere Hite, y buscar entre sus páginas qué era lo normal en sexualidad, cómo debíamos desear las mujeres liberadas. Era un libro gordo e incluso tuvo una secuela que también leí porque el primero no me había quedado claro. La idea era que todo podía ser normal, y a la vez no interesarte en absoluto, incluso repelerte. En la práctica y con el paso de los años, las cosas no cambiaban tan deprisa. En el siglo XXI parece que sigue siendo difícil saber qué es lo que deseas realmente. Hace unos días en este periódico algún especialista del asunto explicaba cómo se pueden conseguir orgasmos, incluso varios. Por supuesto solo se refería a las mujeres, porque al parecer los hombres se apañan. Parece que el avance del deseo es relativo, o al menos no es comparable el de unas y otros.
Esta distancia quedaba clara en esas declaraciones de la mujer denunciante en el caso Errejón, que lamentaba que el comportamiento del político había truncado lo que podía haber sido «una bonita historia». Después de tantos años, ahí sigue la 'bonita historia', la esperanza o ensoñación de que unos sentimientos mutuos se entrelacen hasta con el sexo más precario: sigue presente eso que decían nuestras antecesoras menos liberadas, que las mujeres dan sexo para recibir amor y los hombres al revés. Aquellas pobres a las que en el instituto apuntábamos como las 'fáciles', a la luz de hoy sé que eran las más desvalidas de todas nosotras. Eran las que, como en los boleros, pedían que les mintieran y les dijeran que las amaban, aunque fuera solo un par de tardes.
Pese al escuálido peso que tiene hoy el pecado por la debilidad de la carne, pese a que quien más, quien menos, ha averiguado por sí misma o viendo 'First Dates' que el mundo es diverso y que ni poniéndote en los zapatos de otro caminas igual, parece que hay una resistencia mayor de las mujeres a separar cuerpo y alma, incluso para aquellas que no creen en el alma. Su deseo necesita construir un relato con significado, aunque sea para una sola noche. Por eso no solían visitar las salas X, ni mucho menos las barras americanas. Donde unos ven cuerpos otras –y otros–, ven personas tristes sin ropa.
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Me pregunto si el escepticismo e incluso cabreo de algunos hombres cuando salta un caso complejo como el de Errejón se debe solo a que en el cruel linchamiento público se desprecie la presunción de inocencia, a la que todos tenemos derecho. Me pregunto si también hay resistencia a aceptar que muchas mujeres, la mayoría de sus conocidas y también de sus desconocidas, no quieren ser protagonistas de historias que algunos imaginan como excitantes.
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