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Pocas veces debatir parece útil. Con frecuencia contribuye a alejar aún más las posturas, porque nos preocupa más ganar la partida que pulir nuestros argumentos. ... Qué decir de comprender los de otros, o incluso de cambiar de opinión: eso lo vivimos como una rendición. Ya en soledad, la mente vuelve sobre lo escuchado o leído, y hay una pequeña posibilidad de razonar, de enderezar el rumbo. Hoy tenemos motivos contundentes para dudar de todo, porque las certezas son mínimas. El mundo se ha vuelto un lugar muy incongruente y contradictorio, quizás porque sabemos más que antes. Aun así, dudar todo el rato es una carga pesada. Por eso de vez en cuando hacemos la ola, en positivo, o compartimos nuestra indignación, en plan linchamiento, para sentirnos por un minuto acompañados. Pero es un momento, luego la vida sigue instalada en el gris: blanco y negro hay muy poco.
Hace apenas una semana estuve viendo una entrevista en la televisión regional a la ya exdirectora general de Salud Pública, a quien no había escuchado nunca. Hablaba con aplomo y precisión, como hablan los técnicos cuando conocen en profundidad el asunto. Los políticos son como anguilas, inconcretos y cautelosos. Sí, yo estaba sentada en el sillón cuando dijo la frase «la pandemia por Covid no fue de gran gravedad». No que no hubiera sido grave, sino que podría venir otra más grave, eso entendí. Nunca nos negaron esa pequeña posibilidad, pero no por eso vamos a dejar de salir a la calle y vivir todo lo intensamente posible.
Dos días después pedían su cabeza. Esa frase, desprovista del contexto –a quién le importa el contexto– en el que se pronunció, era un obús, que tuvo que asumir en soledad total. La distancia, a veces arrogante, que el técnico imprime en su discurso, un mecanismo útil para administrar recursos, en este caso selló su sentencia. Nadie dio pie a explicaciones ni a excusas. A las pocas horas, se conocía que había presentado su cese, y ni siquiera le dio tiempo a la oposición de alimentar las críticas. Si cesa, es porque nuestra denuncia es verdadera, dijeron unos; si cesa, es porque nosotros sí dimitimos por nuestros errores, dijeron otros. No es fácil encontrar una despedida tan fulminante, normalmente la agonía es larga: insinuaciones, sospecha, denuncia, juzgados, imputación y un largo proceso por delante. En este caso, el grave error es una frase, una frase fría y, como se ha comprobado, dolorosa. Muchos han sentido que despreciaba el dolor de las víctimas, nuestro dolor, porque todos fuimos víctimas en mayor o menor grado, salvo un grupo de cínicos que aprovechó para robar un poco más. ¿Cómo podía una directora de Salud Pública minimizar nuestro sufrimiento?
Yo fui mal centinela, lo reconozco, puesto que no advertí las consecuencias que traerían esas palabras cuando las escuché. Personas cuyo criterio respeto han sido muy críticas, y he comprendido el daño que una frase puede hacer a muchos ciudadanos, que merecen una disculpa sincera. Pero a la vez es difícil entender que una persona sea una profesional eficiente al entrar a un plató de televisión y, después de una entrevista, haya que defenestrarla. Siento que me faltan datos para entenderlo. Sí, a un político la obsolescencia le va en el cargo, pero es que mañana puede ocurrirle casi a cualquiera que se atreva a hablar y «colorear fuera de las líneas», como decía Jimi Hendrix. Al menos, deberíamos tener la oportunidad de escuchar su versión, aunque no cambiemos de opinión al respecto.
Este episodio triste revela que la herida de la pandemia está muy tierna en todos nosotros. Cada catástrofe saca a flote la fragilidad del sistema, el peculiar triaje al que nuestras vidas están sometidas prácticamente a diario. Conocer los límites, y los técnicos algo saben de eso, nos permite fortalecer lo esencial.
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